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La independencia de las ovejas

Por José Manuel Barquero
domingo 12 de diciembre de 2021, 03:00h

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Es difícil que cuaje una resistencia. Si fuera fácil no sería resistencia, claro. De hecho, se necesita una masa crítica para hacer de la simple contestación un movimiento. No digo ya un movimiento organizado, sino un colectivo reconocible que se enfrenta al poder establecido. Cuando no se puede aspirar a tanto se está en la disidencia, que es el escalón inferior a la resistencia. Es decir, individuos a contra corriente, ya de por sí aislados, a los que se aísla un poco más como si fueran locos. Esos brotes de rebeldía a veces se dejan crecer, no mucho, para mostrar la generosidad del jardinero que manda. Cuando alcanzan una altura considerada peligrosa para el orden social se aplica la podadora sin piedad.

Una ideología totalitaria en el gobierno elimina la posibilidad real de resistencia precisamente por su concepción absoluta del poder y homogénea de la sociedad. Podemos seguir mirando hacia otro lado, pero negar que el nacionalismo excluyente es una ideología de raíz totalitaria es de una cobardía atroz y nos conduce a un suicidio colectivo. Por culpa de Hitler y su Holocausto esgrimir un argumento étnico para justificar la exclusión queda feo, y más en un siglo XXI caracterizado por fenómenos migratorios imparables. Para segregar hoy es mucho más aseado apelar a una lengua, algo indisociable de un concepto tan noble como la defensa del patrimonio cultural de un pueblo.

Tengo escrito que muchos independentistas catalanes se avergonzaron del asalto a su Parlament, y también de las escenas de violencia vividas en sus calles. He de añadir que esa vergüenza fue íntima, privada, alejada del foro público para no sufrir los envites de la manada enfurecida. Frente al nacionalismo hay que ir con mucho cuidado para no traspasar una línea imaginaria y quedar en fuera de juego. Es un offside distinto al del fútbol. No se para el juego y se le da el balón al contrario. Es una infracción de las reglas que te expulsa del partido y de tu propio equipo. A partir de ese momento juegas solo, como el niño al que no se invita a las fiestas de cumpleaños.

Cuesta creer que miles de ciudadanos que hablan y sienten en catalán no se sientan avergonzados por el linchamiento público de una familia que reclama el cumplimiento de una sentencia judicial para que su hijo estudie en español una cuarta parte de las asignaturas, o sea dos, o sea una más a parte de Lengua Castellana. Al parecer, esto supone una amenaza letal para el catalán, y un ataque a la convivencia pacífica. Lo primero da risa y lo segundo miedo, porque no se ha conocido sociedad más pacífica que la China de Mao.

A diferencia de los que piensan que los defensores del bilingüismo en Cataluña son todos unos fascistas, yo no creo que todos los defensores de la inmersión lingüística obligatoria sean unos nazis. Alguno hay, como se ha visto estos días en las redes sociales, pero no son tantos como parecen. Lo cierto es que, aunque sea una minoría, calificar a esos padres como “colonos psicópatas”, o emplear términos como “señalar y aislar a esa gente” o “apedrear su casa”, es suficiente para mostrar el camino que le espera a la próxima familia de “valientes”.

¿Alguien expondría a su hijo a semejante brutalidad? ¿Cómo explicarle a un niño de 5 años el vacío a su alrededor en la escuela? ¿Merece la pena defender tus derechos cuando las consecuencias a corto plazo para un menor superan con mucho a los beneficios? ¿Es exigible ese heroísmo a unos padres, sobre todo si se pueden permitir la 'vía Colau', o sea, pagar un colegio privado?

Tratar de apelar a la razón frente a un atajo de xenófobos es una pérdida de tiempo. También es inútil pedirle a este Gobierno que obligue a cumplir una sentencia a quien le tiene agarrado por los testículos. Esta es una columna abocada al fracaso, como casi todas, porque interpela a una mayoría cobarde y muda que, al margen de su postura sobre la lengua en la educación, debería hacer el esfuerzo de imaginarse a sí misma acosada por un gobierno que decidiera eliminar el catalán de la enseñanza pública. Para este ejercicio de empatía sí deberían resucitar a Franco en sus sueños, y sentir vergüenza de su silencio, del de hoy y del de hace cuarenta años.

Es una broma pesada que los mismos que enarbolan en Madrid un relato de David contra Goliath y reclaman el respeto por las minorías (la suya, claro), en su casa se comporten como tiranos frente a una disidencia que nunca podrá llegar a resistencia. O tragas o te largas. Así se construye un país independiente, de ovejas.

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