Al fin un sacerdote mallorquín ha sido ordenado obispo de la Iglesia Católica, lo que ha sido recibido como un motivo de felicidad entre los creyentes mallorquines, como demuestra el elevado número ellos (alrededor de 500) que asistieron a la Basílica la Sagrada Familia de Barcelona para presenciar la solemne ceremonia presidida por el cardenal arzobispo de Barcelona, Joan Josep Omella, y que concelebraron muchos otros purpurados, obispos y sacerdotes, además del nuncio de S.S. el Papa, Renzo Fratini.
A partir de ahora monseñor Antoni Vadell Ferrer (Llucmajor, 1972) ejercerá su ministerio episcopal como obispo auxiliar de Barcelona y todo parece indicar que el administrador apostólico de la diócesis de Mallorca, el obispo menorquín Sebastià Taltavull, será designado obispo titular de Mallorca tras dos años de ejercer sus responsabilidades de forma interina.
A nadie se le escapa que la consagración de Antoni Vadell, que con sus 45 años pasa a ser el obispo más joven de toda España, supone un soplo de aire fresco y sobre todo, una gran ilusión y esperanza porque a medio plazo -ya se sabe que para la Iglesia no existe el corto plazo- un mallorquín dirija la diócesis de Mallorca.
Se dirá con razón que tal cosa no es importante, porque la Iglesia es universal y lo de menos es el lugar de procedencia o de nacimiento de un purpurado. Pero no deja de percibirse como algo anómalo que durante tantos años ningún sacerdote mallorquín (a excepción del arzobispo Luis Francisco Ladaria que es miembro destacado de la Curia en Roma), mereciese la dignidad episcopal. Con monseñor Vadell se rompe aquella tendencia que tanto malestar ha generado entre los religiosos y religiosas de la isla y se alumbra un cambio de tendencia. Y la esperanza de que un mallorquín vuelva a sentarse en la cátedra de La Seu de Mallorca algún día.
