A Rafa Nadal le adornan muchas virtudes y se le adivinan pocos defectos. Ultimamente, seguramente forzado por las circunstancias, ha añadido la sensatez en casi todas sus decisiones y ha hecho gala de ello al abandonar la competición olímpica de tenis en categoría mixta, después de clasificarse para la final de dobles, con Marc López, y albergar posibilidades de medalla también en individuales. No quiso sobreponerse a un horario extralimitado impuesto por una organización errática de los Juegos y optó por proponer la retirada a una Garbiñe Muguruza que no atraviesa por su mejor momento y debió aceptar encantada la suspensión del compromiso.
No obstante y dada la prudencia que la lesión del mallorquín exigía ante un calendario tan atropellado, la Federación Española pudo y debió cambiar su apuesta con anterioridad, sin someter al de Manacor a una explotación incomprensible. Es verdad que nadie esperaba la eliminación de Djokovic, con quien habría tropezado en cuartos, lo que abría nuevas expectativas al desarrollo del torneo, pero se podría haber buscado otra pareja a la ganadora del Roland Garros 2016 que, de otro lado, no tiene ninguna culpa del estado físico de su compañero. Es decir, todos han jugado un poco a cartas vistas que sin duda es lo más fácil, pero no siempre lo más lógico.
Esperamos y deseamos que Rafa regrese con dos medallas porque, de lo contrario, la decepción rebotaría como un boomerang sobre el tenis español.