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La Galicia más gallega

Por Jaume Santacana
miércoles 13 de septiembre de 2023, 04:00h

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Acabo de pasar unos días en mi Galicia querida, admirada y respetada. Eso, en principio no tiene ninguna importancia ni ningún interés para ustedes, amables y fieles lectores. De hecho, nada de lo que un servidor pueda pensar o hacer debería interesarles lo más mínimo. Aun así, me siento incapaz de resistirme a compartir algunas de mis opiniones sobre este pedazo de tierra (y de mar) situado al noroeste de la península Ibérica.

Hablar o escribir sobre Galicia no es tarea fácil; llega uno a comprender que, casi todo aquello observado de modo individual, se puede convertir en unos segundos en unos topicazos de la altura de un campanario. Sin embargo, esta afirmación contiene una realidad incuestionable. Me refiero a qué, efectivamente, es materialmente imposible referirse a la nación gallega sin caer en los más acérrimos tópicos o lugares comunes que el vulgo, en su historia, ha divulgado por doquier.

¿Cómo escribir palabras y frases enteras sin que aparezca el adjetivo calificativo “verde”? ¿Cómo obviar las excelencias de sus comidas terrestres o marítimas? ¿Cómo no mencionar el carácter de sus habitantes sin describir su “depende”, su concepto de “subir o bajar de una escalera, o bien su ancestral concepto de la “retranca”, tipo de humor irónico que descalza a todo tipo de semejanza?

La lista de escritores gallegos es enorme aunque, personalmente, si tuviera que confeccionar un mínimo hit parade, seleccionaría a unos cuantos: Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Ramón del Valle Inclán, Alfonso Rodríguez Castelao, Álvaro Cunqueiro, Julio Camba, Camilo José Cela, y Manuel Rivas. Todos ellos, mantienen en su sí dos características básicas: una calidad literaria fuera de toda duda y un arraigo a su tierra —en todos sus aspectos— que configuran los elementos básicos de la cultura gallega más genuina y auténtica, resaltando la personalidad y la categoría de su tierra.

Y sí, elevo los tópicos típicos a la categoría de verdades: aunque el azul sea el color presente en su bandera, lo cierto es que el color verde es predominante en toda Galicia: llueve mucho y, como consecuencia de la machaconería de este fenómeno meteorológico, los campos lucen un verde exhuberante y los ríos recorren los valles con una abundancia extraordinaria de agua; son ríos que bajan untuosos y suntuosos, lujosos, opulentos. Y, sí, también: los acantilados y sus playas cercanas resplandecen como decorados naturales cargados de magnificiencia y esplendor. Las olas salvajes colisionan con rocas prehistóricas junto a prados alfombrados de hierba húmeda y fresca.

El gran y merecido valor de la comida gallega reside en su indiscutible frescura y su sencilla y sobria elaboración. Tanto sus carnes como sus verduras y —sin lugar a dudas— su pescado se manifiestan con un orgullo de “tierra prometida” que alcanza aunténticos niveles de excelencia y sublimidad.

El gallego (y la gallega, claro, por los políticamente corrrectos... y pesados...!) son gente asequible y discreta que gozan de una naturalidad y un sentido de la curiosidad extremas. Parecen algo cerrados en sí mismos, pero en pocas partes he visto personas más dadas al compañerismo y a la solidaridad.

Ya he citado, en un párrafo anterior, el tema del sentido del humor, llamado como “retranca”; es muy complicado de explicar a un no-gallego pero, en términos simples, se trata de un humor extremadamente fino, que le da una vuelta a la ironía y que, al revés de ésta última, no hiere al interlocutor: simplemente, lo deja medio “turulato”.

No está mal el conjunto de tópicos lanzados en tan poco espacio pero es lo que hay.

Oiga, perdone, me puede dar la hora?”. “Depende...”.

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