No sorprende que Iglesias esté convencido de que poder y ley son sinónimos (contradiciendo a Cicerón), axioma compartido a pies juntillas por su sirviente, Pedro Sánchez. Durante años, desde el limbo o desde la oposición política los dos se han hartado de despotricar contra el sistema de elección del CGPJ. Todos, Sánchez, Iglesias, Rivera y el PP, sea por boca de quién sea. Incluso el acuerdo de los 250 puntos entre Sánchez y Rivera aportaba un sistema de configuración de ese Consejo en forma «despolitizada». Sin embargo, cuando se pisa moqueta, todo cambia. Atrás quedan las promesas, las recriminaciones, y aflora la desvergüenza en todo su esplendor. Ya no interesa la independencia judicial, ya no es objeto de atención la despolitización del órgano de gobierno de los Jueces, desaparecen las manifestaciones sabatinas ante el TS gritando «independencia judicial». Ahora ha llegado el momento del mercadeo, del cambalache sin recato y sin escrúpulo alguno. Y los jueces se pliegan a tal trueque de cromos, siempre y cuando los elegidos sean de su misma cuerda.
Tal compadreo ha llegado hasta el extremo, en esta ocasión, de pactar una decisión que no les corresponde a los políticos, sino a los miembros del Consejo, es decir, la elección de su presidente. La profundidad del pacto es tan aberrante, tan despreciable que expresa la ambición de controlar el poder al cual es más sensible la sociedad, la justicia. Ni las formas se han guardado por parte del Sánchez y de Casado, con la participación de un ex ministro tan banal como Catalá. Y es que cuando poder y ley se confunden, se fusionan en los gestos, ni hay ley ni hay poder, hay totalitarismo y sectarismo radical. Meses atrás una ministra encintada nos decía « que es insoportable para una democracia ese mercadeo de segundo grado en el que se ponen en juego no los intereses del servicio público y de la sociedad, sino los intereses particulares y corporativos, que a veces son espurios ». Y mañana o pasado, tirada de toga, asistirá como Notaria Mayor del Reino a la toma de posesión de esos magistrados designados en una feria. Porque, no son solamente los políticos los que se apresuran a instalar sus puestos en esa feria, sino que son los propios magistrados los que se ofrecen como mercancía a conveniencia de moros o cristianos. La «partidocracia» no solamente no ha menguado sino que, en plena crisis de valores e ideales, ha crecido merced a ríos de hipocresía y capazos repletos de mentiras. Para Sánchez, para Iglesias, ya no cabe hablar de regeneración sino de «cuestión de responsabilidad» para lograr un acuerdo que satisfaga a tirios y troyanos, sin que les importe un bledo ni el servicio público, ni la confianzas de la ciudadanía, ni muchísimo menos la credibilidad del justiciable en esa justicia. Son tan soberbios, todos, que no se han apercibido que el día que un abogado escuchó de un cliente la pregunta « ¿Quién es el juez? », murió la confianza en la justicia.
Y si de Iglesias, de Sánchez, no esperábamos nada más de cuanto recibimos, diferente era la ilusión en Casado. Y, lamentablemente, otro político conservador ha caído en el lodazal de la hipocresía. Ese regateo judicial implica algo más que un quid pro quo, es el levantamiento del velo respecto a que, ante el primer gran envite político, sacase a la luz su empaque como político, como líder de un proyecto político veraz, trasparente, Casado se ha sumado a un grupo de políticos que, con toda desfachatez, nos llevan hacia la nada como nación, como sociedad. Y lo ha hecho presumiendo de que es un acuerdo que fortalece la «democracia» y la Justicia. Nada más lejos de la realidad. Ha entregado el poder judicial a una tropa que no cree en la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de enseñanza, la libertad de pensamiento, la libertad religiosa, el derecho a la propiedad, el derecho al ahorro, el derecho al uso de nuestra lengua. El presidente Casado no se ha apercibido que nos están encaminando hacia una historia que ya hemos vivido. Una historia de la que, como lamentaba Aristóteles, no hemos aprendido nada.
Un simple vistazo a todo cuanto nos anuncian desde Moncloa, o Podemos, nos permite apercibirnos que esos personajes no gobiernan sino que ocupan el poder, recordándonos, de nuevo, que lo que hace fuertes a los otros son nuestras debilidades. Y estos días, Casado ha sido débil, insubstancial, ante la primera ocasión que se le ha presentado para demostrar que su discurso, su proyecto, es diferente al de Rajoy, al de Soraya y al de la tropa que abrió las puertas a los admiradores de Largo Caballero, Carrillo, Negrín y demás configuradores de un Frente Popular rancio pero efectivo. Si copernicano ha sido el giro de esos «otros», no menor ha sido el del líder del PP, sin que sus explicaciones ya no convenzan, sino que denoten disimulo. Es decir, Casado ha abierto la puerta a que, nuevamente, los no socialistas nos sintamos huérfanos de líder y de proyecto político. Y, ¡Vive Dios!, que lo necesitamos con todas nuestras fuerzas. Como ansiamos una conjunción real y sincera de partidos constitucionalistas para confrontarse a los anti sistema, independentistas y demoledores del proyecto surgido de la Transición.