La Tierra se está calentando, y es culpa exclusiva del hombre. La quema de combustibles sólidos, derivada de la actividad humana, genera CO2, un gas de efecto invernadero cuya concentración en la atmosfera está aumentando. Esto ya está ocasionando un incremento de fenómenos extremos -inundaciones y huracanes- e incendios. Pero la cosa va más allá: en realidad, el cambio climático está detrás de muchos conflictos actuales -como la guerra de Siria- y es previsible que llegue a producir una desestabilización radical de la vida en la Tierra, con economías destruidas y cientos de millones de refugiados huyendo de regiones inhabitables por el calor extremo o la sequía permanente. Podríamos estar enfrentándonos a nuestra propia extinción, y por eso Antonio Guterres ha advertido desde la ONU que «nos enfrentamos a una amenaza existencial directa». Por eso el cambio climático es hoy el problema más acuciante de la humanidad, y todos los esfuerzos deben ser encaminados a combatirlo cueste lo que cueste. Hay que dejar de emitir CO2; hay que dejar de quemar combustibles sólidos para reducir las emisiones a cero. Si en este camino se produce cierto decrecimiento económico, habrá que asumirlo. También habrá que actuar sobre otros hábitos humanos como la ingesta de carne, o la agricultura. Sobre todo esto existe un sólido consenso científico, y hay que desconfiar de los que se oponen a él.
Pero ¿existe realmente ese consenso científico? Sí, pero es bastante más moderado: se limita a lo que está resaltado en negrita. No incluye qué parte del calentamiento es debida a la variabilidad natural del clima, si el calentamiento es peligroso, o si las drásticas medidas previstas para combatirlo pueden ser, en conjunto, más perniciosas para el bienestar humano; desde luego, nadie medianamente serio espera un inminente apocalipsis climático. Es muy posible que, si han llegado hasta aquí, la palabra «negacionista» esté brotando en su mente apuntada hacia este humilde servidor. Mientras tanto lean lo que dice este otro: «la influencia humana tiene un efecto pequeño en términos físicos en el complejo sistema climático; lamentablemente, nuestras observaciones y conocimientos son limitados, y por ello insuficientes, para cuantificar de forma válida cómo responderá el clima a la influencia humana y cómo varía de forma natural». Es Steven Koonin, físico, doctor por el MIT, destacado científico, y Secretario de Estado de Ciencia y Energía en la administración Obama. Pero no es el único que ha empezado a expresar dudas: si leen a Michael Schellenberger, Judith Curry o Bjorn Lomborg accederán, quizás para su sorpresa, a informaciones que desafían la visión convencional sobre el cambio climático.
No me interpreten mal: es razonable emprender políticas para mitigar las emisiones de CO2, siempre atendiendo a los costes y a su impacto en el crecimiento económico. El calentamiento es, como dice Lomborg, «un problema moderado en un mar de problemas grandes y pequeños». Pero el asunto ha entrado en una espiral incontrolada que, no sólo no está refrendada por la ciencia, sino que ha acabado contaminando a ésta. El origen de la espiral está en lo que Mike Hulme llama «climatismo», una ideología que, de algún modo, ha impregnado nuestra sociedad occidental. Reduce todos los problemas de la humanidad al cambio climático y éste a la acción humana; puesto que considera que el calentamiento es el problema esencial, que incluso afecta a nuestra propia existencia, entiende que todas las acciones deben estar dirigidas a combatirlo, y todo debe subordinarse a ese combate. El climatismo tiene rasgos de religión apocalíptica, y por eso suele ser reacio a soluciones que, aunque eficaces, se consideran pecado, como la energía nuclear; a cambio opta por soluciones mágicas como el decrecimiento o el coche eléctrico. Además el climatismo acostumbra a eliminar la crítica mediante el anatema «negacionista», convirtiendo al discrepante en hereje. A pesar de todo esto –o quizás por todo esto- es una corriente exitosa, que se ha incorporado a la otra gran corriente de la época –el woke- para crear algo verdaderamente torrencial. Y, como era previsible, los políticos se han apuntado con entusiasmo a ello; concretamente los de izquierdas, a los que les permite seguir criticando al capitalismo y a occidente.
El climatismo es una bendición para el político. No sólo le proporciona un sólido nicho de mercado electoral, sino que le permite sustituir en la agenda política los problemas más reales -que son difíciles de solucionar y están sujetos a evaluación de resultados- por causas declarativas cuyos efectos se materializarán cuando ya no estén en el cargo. Por eso los políticos son el segundo eslabón de la espiral climática.
El tercero lo integran los medios en busca de audiencia, a los que interesa presentar el problema de la manera más alarmista posible. Recordemos, entre muchos, este titular de The Guardian de hace unos años: «Las ciudades europeas quedarán sumergidas por la elevación del nivel del mar y Gran Bretaña se verá sumida en un clima siberiano para 2020». Además los medios, que dependen económicamente del poder político, tienden a alinearse con los que lo alimentan.
Y así llegamos a la ciencia, doblemente contaminada por el propio climatismo –ellos no son inmunes a las ideologías- y por los fondos políticos de los que depende para progresar en sus investigaciones. Cuando sus mensajes sesgados –recuerden el Climagate- vuelven a la sociedad, tiñen la religión climática de una pátina científica. Y así va creciendo la espiral, y la visión apocalíptica se va reforzando.
Vale pero ¿no es por una buena causa? A fin de cuentas moderar la emisión de CO2 es razonable, y si hay que exagerar un poco pues tampoco pasa nada. ¿Qué más da que unos cuantos chalados tiren tartas a los cuadros? El problema del climatismo no sólo está en el ingente despilfarro de recursos que provoca; no sólo está en la alteración interesada de la agenda política que permite. Está en que oculta un potente impulso totalitario que pretende imponer una visión única y eliminar la discrepancia, y al mismo tiempo desalienta la búsqueda de soluciones realmente eficaces para combatir el calentamiento y mitigar sus efectos. Pero de todo esto hablaremos más veces.