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La escala de Downs

Por Fernando Navarro
viernes 03 de mayo de 2024, 05:00h

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Hagamos una encuesta -a ser posible alejando previamente a Tezanos- preguntemos sus preferencias políticas a todos los españoles, y traslademos el resultado a un gráfico. En el eje horizontal habrá una escala desde el -10 (extrema izquierda) hasta el +10 (extrema derecha), y en el horizontal el número de personas que se sitúan en cada opción. El resultado, en condiciones normales, tendría que ser una campana de Gauss, con la mayoría de los votantes pululando por el centro. Puesto que ellos eligen a los partidos en función de sus preferencias políticas, los partidos –con el fin de obtener sus votos- se apresurarán a buscar los grandes caladeros situados en el centro, y de este modo tenderán a hacer políticas centradas si aspiran a gobernar. De este modo los electores más centrados políticamente serán los más representados y los extremistas se convertirán en outliers, en elementos marginales de la democracia. Esta es la teoría espacial de la democracia que en 1959 formuló Anthony Downs, y en la segunda mitad del siglo XX pareció funcionar bien.

Esto, obviamente, no está funcionando hoy en España. Porque la de Downs era una teoría optimista con un error radical: los partidos no suelen acoplarse a las preferencias de sus votantes, sino exactamente al revés. Los partidos no definen sus agendas políticas en función de las necesidades de los ciudadanos, sino de las suyas propias, y eso explica que ahora estén acaparadas por problemas inexistentes que les proporcionan confortables nichos de mercado. Y eso explica también la anomalía esencial que padecemos en España. Sánchez ha trazado una línea por el centro, ha estigmatizado a todo lo que ha quedado a su derecha, y ha recabado el apoyo de todos los outliers de izquierda, incluyendo a proterroristas, golpistas y populistas latinoamericanos. El centro político ha perdido su representación a favor del extremo de la izquierda que, consciente de disponer de una oportunidad única, está decididos a exprimirla. Es decir, en lugar de centrar la política, Sánchez ha llevado a su partido a la periferia, al campo de juego de los extremistas. Y con él a una parte muy significativa de sus votantes que, víctimas de una concepción identitaria del voto, han aceptado que lo que antes estaba mal ha pasado misteriosamente a estar bien. Los que hace unos años se habrían escandalizado ante la idea de asociarse con proetarras, ahora lo aceptan con naturalidad. Y la conversión puede ser aún más acelerada: los que el pasado 23 de julio se acostaron convencidos de que la amnistía a los golpistas estaba mal, se despertaron convencidos de que ya estaba bien.

Los expertos en comunicación política llaman a este fenómeno, por el cual el votante sigue lanarmente a su partido vaya donde vaya, “mover la ventana de Overton”. En psicología se llama ajuste de disonancia. Cuando, llevados por su excesivo apego a una opción política, los votantes se encuentran con una disonancia -yo soy decente pero estoy al lado de golpistas y filoterroristas- el ajuste no se suele producir corrigiendo la conducta -renuncio a las siglas para mantener mi decencia- sino distorsionando el elemento más frágil, que es la realidad: los golpistas y filoterroristas no son, en realidad, los malos; los malos son los de derecha y ultraderecha que quieren acabar con las libertades. Porque todo este proceso necesita un elemento esencial para lubricarlo: un enemigo contra el que unir las fuerzas y canalizar la frustración. Lógicamente esto provoca un movimiento de rechazo en el chivo expiatorio escogido, y el resultado final es que ya no hay una campana de Gauss sino dos. La polarización se ha conseguido y Sánchez se frota las manos. Su irresponsabilidad es cósmica -ha llevado a su electorado a una situación excéntrica y ha partido la sociedad- pero él no la percibe por su peculiar disfuncionalidad emocional y moral. Más irresponsables aún son aquellos de sus colaboradores que sí la perciben, y la prensa que se ha allanado a su camino.

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