Para el PSOE de Sánchez Franco no sólo es una obsesión, sino sobre todo una inspiración. El general consiguió perpetuarse en el poder hasta el último de sus días, algo que a buen seguro estudia y admira el actual inquilino de la Moncloa. No en vano ambos se decantan por un tipo de populismo carente de ideología; adaptando sus políticas a las circunstancias de cada momento. Sus discursos, escasos y algo ambiguos, se apoyan en el control riguroso de los medios de comunicación. No en vano, la televisión pública del Sanchismo, con mucha frecuencia recuerda al sesgado NODO .
El General apenas concede entrevistas, aunque sí lo hacían sus ministros. Eso sí, siempre ante periodistas adictos. Sus fieles, realizaban las mismas proclamas de forma coordinada, buscando la identificación con el oyente mediante el señalamiento de los supuestos enemigos de España. Ahora Pedro acude a la SER para proclamarse luchador contra los supuestos enemigos de la democracia utilizando exactamente los mismos métodos; sus ministros nunca se salen del argumentario.
El actual PSOE, como el dictador, dice rechazar el capitalismo y sus ganancias, decantándose por una economía estatalizada y ampliamente regulada desde el poder político. Ni a unos ni a otros se les ha caído la palabra “social” de la boca. Aunque en ambos casos han procurado contentar a las élites a las que requieren su apoyo. Una política que algunos estudiosos han denominado “capitalismo cañí”.
La alianza con el poder nortemericano es otra de las características compartidas. Imbuidos del concepto de PODER, en ambos casos, se han mostrado complacientes con Washington, y, en todo caso, han tratado de disimular las discrepancias sólo para contentar a los más radicales de sus aliados. De igual forma saben que los espacios de poder no ocupados, serán apropiados por el adversario, así que ni uno ni otro ha permitido dejar huecos: el poder, o es todo, o siempre tendrá alguna limitación.
Es cierto que el uno promovía la España unitaria y que el otro se alía con quien haga falta. Pero ambos saben de la enorme influencia de Cataluña y el País Vasco sobre el conjunto de la nación, por lo que ambos aceptan políticas de privilegio para esas regiones. El dictador bajo la consigna de que los catalanes son mejores empresarios que funcionarios. Mientras que Sánchez sigue la deriva centrífuga que establece el estado de las autonomías.
En cuanto a la invasión de los espacios privados, por ejemplo, en materia sexual, el puritanismo se impuso de forma contundente en los primeros años de dictadura, para luego, con el tiempo, dejar florecer aquello que se llamó “el destape”. Algo similar parece que puede pasar en los próximos años con el sanchismo pues, tras los años de neopuritarismo feminista, no es descartable que vuelva una nueva oleada de desenfreno como aquella de finales de los años sesenta, setenta y principios de los ochenta.
Tras el caso de los ERES, y otras corrupciones socialistas, así como tras la amnistía a sus socios, se puede decir que ambos -dictador y Sánchez- practican aquella máxima: “A los enemigos la Ley; a los amigos el favor”. Cuando se quiere ejercer de verdad el poder, la Ley tiene que someterse a múltiples interpretaciones.
Los ministros de trabajo, de ambos líderes, se parecen, -salvo en el sexo y el estilismo-, como gotas de agua. Los falangistas no paraban de proclamar la necesidad de favorecer a la clase trabajadora frente a los oligarcas de alma y ambición desmedida, decretando subidas salariales sin vinculación a la productividad, pagas dobles, encarecimientos de los despidos, control de alquileres e incluso llegaron a anunciar la creación de una Fiscalía de la Vivienda “para la vigilancia y mejora de las casas de las clases más humildes”
Por supuesto, también existen diferencias, pero las muchas resurrecciones de Franco promovidas por Sánchez no parecen, en absoluto, encaminadas a superar una etapa triste de nuestra historia, sino más bien a perpetuarla.