www.mallorcadiario.com

La casa de todos

Por Vicente Enguídanos
jueves 20 de noviembre de 2014, 16:43h

Escucha la noticia

Todos los ‘Bar Antonio’ de España, o mejor dicho sus propietarios, están de enhorabuena porque les ha tocado el Gordo de Navidad. En cambio, yo preferiría regentar el Bar Refaeli, porque en lugar del Organismo de Loterías, la publicidad gratuita me la propiciaría una atractiva modelo israelí, a la que no tengo el gusto de haber conocido.

Los bares son lugares de culto, que ocupan un lugar señalado en el imaginario popular. No sólo son el escenario donde su comparten los décimos, sino donde se gestan la mayor parte de los sueños y se desvanecen las frustraciones. Es equívoca e injusta la definición que le otorga la Real Academia de la Lengua, porque no son sólo locales donde se despachan bebidas que suelen tomarse de pie, sino que probablemente son todo menos eso. El bar es una unidad de destino en lo universal y no lo que queda de aquel estado que ansiaba el otro José Antonio. Allí se puso el mundo por montera Cayetana de Alba y esta mañana es donde todo el mundo comenta su legado infinito. Es el lugar donde confluyen pasiones, rencores, hallazgos, esperanzas, odios y tedios. Es el misterio divino, que ocupa lo que todo lo inteligible es incapaz de explicar, incluido el tiempo muerto, que en vida consumimos por defecto, o donde aflora la verdad y se miente hasta el hastío.

En el epicentro de nuestro mundo latino, lo de menos es lo que te sirven desde el mostrador o lo que te trae el camarero, siempre dispuesto a memorizar la lista de variables calientes que secundan el café, con el que empezamos o terminamos casi todo. Lo importante es quién tienes al lado o a quién desearías tener o cómo va cambiando al paso del tiempo el número de personas a las que estarías dispuesto a contárselo. BAR, con mayúsculas, porque eleva por encima de esnobismos y cursilerías el espíritu de concordia y sociabilidad del individuo.

Ya que la clase política reforma la administración pública para desnudarla de redundancias y derroches, deberíamos preguntar a los manirrotos gobernantes, que pusieron piletas que no pueden llenar, bibliotecas con revistas en lugar de libros y teatros sin más actores que ellos mismos, por qué no emplearon los recursos de los contribuyentes para nacionalizar los bares, que nos habría salido más barato que los bancos y mucho más divertido. Ahora que nos hemos incorporado temporalmente al Consejo de Seguridad de la ONU, deberíamos proponer como primera resolución que las reuniones de los quince miembros se celebren en un bar, incluso en el mismo edificio que donó Rockefeller, junto al East River neoyorquino. La paz mundial estaría menos lejos de ser una quimera, ni tan sujeta al desequilibrado efecto del veto.

En el ‘Bar Antonio’ hay colgados retratos de todos y cada uno de nosotros, porque cada cual ha contribuido con un fascículo a escribir la historia de un país, que también se distingue del resto porque los bares nos hacen ser menos huraños. Es el espacio común para los que compartimos mesa con el el cartero enfrentado por el dominó al cura, el alguacil y el maestro, los que buscan una pantalla compartida con otros forofos o quienes saltan barreras geográficas desde su portátil con la virtualidad de los unos y los ceros. Viejos y jóvenes hemos escrito alguna página de nuestra vida allí donde se escondían los primeros grafiti e inspiraban los versos, donde crecía el negocio de quien se resistía al desempleo o donde tenías la cita que preludiaba el primer beso.

El bar es el templo en el que yo rezo a diario, porque es el mejor sitio para distinguir la opinión pública de la opinión publicada y donde realmente encuentras la inspiración para redactar algo que, por el hecho de compartirlo, se asimila bastante con recibir un premio.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios