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La bruja de Alcobendas

Por José Manuel Barquero
domingo 09 de febrero de 2025, 04:00h

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Mienten los que dicen que cuando publican no escriben para nadie, salvo para uno mismo. Es una mentira cobarde, como casi todas las mentiras, incluidas aquellas que llamamos piadosas. El que escribe para uno mismo guarda el cuaderno en un cajón, y, si es prudente, le pega fuego antes de morir. Los demás escribimos para que nos lea alguien: la familia, los amigos, un millón de lectores…en el caso de un columnista, como mínimo le echará un vistazo a tus palabras el director, o el jefe de Opinión del diario. Bajo esta premisa, todos realizamos un cálculo previo de las reacciones a nuestro artículo, ensayo, poema, novela, post o tuit. Cosa distinta es el valor que cada autor otorga a esas reacciones, es decir, cuánto se deja condicionar por las posibles reacciones a su texto.

No he visto la película Emilia Pérez. Y a Karla Sofía Gascón la vi tres minutos en El Hormiguero de Pablo Motos. Nada más sentarse dijo que la música estaba muy alta, y que la próxima vez que fuera la pusieran más baja, o algo parecido. Me pareció una persona egocéntrica, poco tolerante, agresiva y al mismo tiempo a la defensiva en cada respuesta. Ya digo que la soporté tres minutos, y cambié de canal. Había recibido un premio en el Festival de Cannes, y estaba nominada a los Oscars de Hollywood. Por eso pensé en escribir una columna sobre cómo el talento se puede terminar imponiendo sobre otras cuestiones cuando es precisamente eso, sólo el talento, lo que debemos valorar cuando juzgamos el trabajo de un artista.

Me parecía un caso muy revelador tratándose del cine, una de las ramas del arte donde más pesan el márketing, la publicidad, la imagen y las relaciones públicas. Era una maravilloso regreso al siglo XX, con una diva de Alcobendas borde, engreída, antipática, impertinente, malencarada y arrogante, enamorando con su interpretación al público y a la crítica cinematográfica. La única razón por la que no escribí aquella columna fue que la diva borde, engreída, antipática, impertinente, malencarada y arrogante era una transexual. Y claro, a estas alturas, uno no tiene las mismas ganas de juerga que hace quince años. Y eso que tránsfobo no sería lo peor que me han llamado.

La polémica que ha rodeado a Gascón, y también a su película, es sintomática del nivel estupidez colectiva en el que estamos instalados. Algunos, una minoría, contribuyen a ese estado de manera activa. Hablamos de la moderna inquisición woke, la cultura de la cancelación y toda esa vaina pseudo progre. El resto contribuimos a esa falta de libertad de expresión de manera pasiva, o sea, no haciendo, no diciendo, no escribiendo para evitarnos líos.

Les pongo un ejemplo. Leo que la crítica Reanna Cruz escribió sobre Emilia Pérez que “parecía que el cineasta estaba pintando a las mujeres trans como mentirosas”. Es decir, que el cine ha dejado de ser ficción. Sin ser un experto, yo me imagino que alguna mujer trans debe mentir alguna vez. Pero suponiendo que no sea así, y que todas las trans del mundo sean reencarnaciones de la diosa Veritas, ¿un guionista no puede inventar una trans mentirosa?

Este el grado de necedad que hemos alcanzado, y que explica el apaleamiento público de Karla Gascón por sus tuits de los últimos años. Si una mujer trans no se puede representar en una película como embustera, ¿cómo vamos a aceptar que en la vida real sea racista, antisemita o islamófoba? Todas las barbaridades que publicó en su día, ¿hacen peor su trabajo como actriz? ¿convierten en menos doloroso su proceso de transición para cambiar de género? Los que admiraban su trayectoria vital y profesional, ¿tienen menos motivos ahora que saben que Gascón se descojonaba en sus tuits de Pablo Iglesias y Puigdemont?

En 2018, Gascón publicó una novela en la que hacía decir a uno de sus personajes que “en la transexualidad hay gente que es gilipollas”. Es algo que muchos intuíamos por una mera cuestión estadística, porque conocemos gilipollas heteros, gays, lesbianas, bisexuales y fluidos. A la vista de cómo ha gestionado esta semana todo el asunto de su pasado tuitero, ahora sabemos que Karla probablemente se refería a sí misma. La pena es que, con nuestro silencio, no la advertimos antes del poder destructor de esa hoguera que cada día alimentan los fanáticos que la encumbraron, y en la que hoy arde ella, menos diva, más bruja.

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