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La banca sí te abandona

miércoles 16 de noviembre de 2022, 07:00h

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En los setenta, triunfaba publicitariamente aquel desodorante que no te abandonaba ni bajo las peores circunstancias, aunque sudases la gota gorda. En los veinte de este siglo, triunfa, en cambio, la banca que sí te abandona.

El paisaje después de la batalla que libramos desde 2008 no puede ser más desolador. De aquella crisis dedujimos y pronto interiorizamos que las cosas nunca volverían a ser como las habíamos conocido hasta entonces.
Sustituir cajas de ahorros por bancos, e incluso que la principal -La Caixa- mutase a una estructura netamente empresarial -camuflada bajo una confusa denominación, Bancaixa, que no es sino un auténtico oxímoron- no nos iba a salir gratis, claro.
El rescate de las entidades lo pagamos entre todos; algunos -muchos- hasta con el alto precio de una ejecución hipotecaria que daba al traste con los ahorros de toda una vida.

Casi quince años después, esta nueva banca que fagocitó los activos de las antiguas cajas de ahorros aparece saneada y obteniendo unos escandalosos beneficios -gracias a otra crisis, qué cosas-, que obviamente no está dispuesta a socializar. Las obras sociales son cosa de aquel pasado glorioso en que las cajas daban un servicio personalizado y abrían miles de oficinas en cada barrio y pueblo para acercarse a los pequeños ahorradores.

Pero la contaminación que sufrieron aquellas entidades por parte del poder político -que todo corrompe- las condujo a realizar inversiones disparatadas y negocios ruinosos en los expansivos primeros años del nuevo siglo. Aquella situación sirvió de perfecto pretexto para la intervención y desmembramiento de las cajas de ahorro y para el indisimulado asalto a sus activos y clientela. Qué buenos son los banqueros que salvaron nuestros ahorros.

Yo jamás elegí cambiar mi caja de ahorros de toda la vida por un banco, pero un día alguien decidió hacerlo por mí y me encontré siendo cliente de una entidad murciana, sin comerlo ni beberlo. El proceso de fagocitación continuó y me cambiaron de banco otras dos veces.

Esto va, ahora, de cuentas de resultados y de dividendos, no de personas. Incluso cuando el gobierno amaga con crear un impuesto para gravar sus beneficios extraordinarios, la banca le recuerda que, si le quitan un céntimo a sus propietarios, se verán 'obligados' a trasladarlo a los clientes, para no poner en peligro su viabilidad. Y a buen seguro que será así, no lo duden.

Pero más allá de nuestra forzada migración a esta insaciable red, los ciudadanos sufrimos otros daños más perceptibles. Primero, la concentración de entidades provocó el cierre de oficinas en aquellas poblaciones o barriadas que las tenían duplicadas. Parecía lógico, pero a aquel primer episodio cierre de oficinas le siguió la imposición de la banca electrónica para realizar las operaciones más comunes -ahora, el empleado era usted, solo que en lugar de cobrar un sueldo, pagaría por trabajar-, incluso a las capas de población que, por motivos generacionales, fuesen analfabetos digitales y que legítimamente se sienten totalmente preteridos y marginados.

Obviamente, si el trabajo lo hace el cliente, necesitan muchos menos empleados -hay multitud de oficinas con uno solo-, e incluso todavía menos oficinas. Hoy, uno puede pasearse por muchos pueblos de Mallorca y comprobar que ya no existe ni una sola oficina bancaria. Y, en las que sobreviven, el único empleado no puede ni ir a mear sin tener que cerrar al público.

Naturalmente, aquello de ir a consultar algo al director o empleado de confianza de nuestra oficina ahora que paso por delante de ella es cosa pretérita, porque hay que pedir cita previa al 'gestor' o 'asesor' bancario que nos asigna la entidad, que no es sino un vendedor de tarjetas, teléfonos, alarmas y seguros cuyo único interés es, además de freírnos a comisiones, colocarnos sus excelsos productos y seguir engordando a los accionistas.

Hoy la banca ya no regala ollas ni artículos de playa como promoción para captar clientela, ni paga ni un mísero interés por nuestros depósitos como hacían hasta los noventa todas las entidades. Y, mucho menos, regala libros, claro. Hoy debemos conformarnos con que nos coja el teléfono nuestro 'asesor' y nos conceda el honor de otorgarnos una cita para enseñarnos a manejar la jodida aplicación de banca electrónica.

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