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Katowice, malas noticias

martes 18 de diciembre de 2018, 02:00h

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El acuerdo final de la cumbre de la ONU sobre el cambio climático, que ha tenido lugar la semana pasada en Katowice ha sido decepcionante, pese a la aparente satisfacción de su presidente y de muchas de las personalidades y países presentes en la clausura. A pesar del informe demoledor del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la propia ONU, que pone de manifiesto la necesidad de tomar medidas urgentes y drásticas para evitar una subida global de las temperaturas de más de dos grados a mitad de siglo y de tres a finales, no ha sido posible llegar a un consenso para ir más allá de los acuerdos de París de 2015.

El informe del grupo de expertos deja muy claro que, si queremos frenar el aumento global de la temperatura y limitarlo a 1’5 grados, eso ya no nos lo quita nadie, tendríamos que reducir los niveles de CO2 en 2030 a un 45 % de los de 2010 y en 2050 deberían tender a cero, lo que implica un compromiso por parte de todos los países muy superior al de los acuerdos de París. En caso contrario las consecuencias serán dramáticas para el equilibrio ecológico global del planeta, pero sobre todo en concreto para algunos países y regiones insulares que, literalmente, corren el riesgo de desaparecer bajo las aguas, de hecho, hay islas que ya han desparecido o han visto mermada severamente su superficie, especialmente en el océano Índico y en el Pacífico.

Pero algunos países, liderados por Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudita, se han negado categóricamente a aceptar estas conclusiones y no han consentido en ir más allá de acordar un reglamento para aplicar el acuerdo de París, a pesar de la evidencia acumulada de que es insuficiente. No puede ser casualidad que sean los países con mayores intereses económicos en la industria que se basa en la extracción y consumo de combustibles fósiles y emisión de CO2, los que se opongan con fiereza a una drástica reducción de la misma, que implicaría grandes cambios en la estructura productiva global y, por tanto, pondría en peligro su preponderancia geoestratégica actual.

La especie humana se ha dedicado desde que apareció sobre el planeta a cambiar el entorno natural para adaptarlo a sus necesidades, pero, con contadas excepciones, ello ha significado la sistemática destrucción del equilibrio ecológico y la desaparición de entornos y especies. Algunas etnias han sido capaces de vivir en equilibrio con su medio natural e incluso continúan haciéndolo hoy en día, con lo que se han convertido ellas mismas en víctimas de la expansión desatada del resto de la especie, la denominada civilizada, que aniquila su medio ambiente y el de las especies con las que conviven y las conducen a la desaparición o al desarraigo y la desculturización, lo que viene a ser una extinción en diferido, lenta y dolorosa.

Ahora hemos llegado al punto en que nuestra actividad global destructora del medio ambiente tiene consecuencias planetarias, en forma de la sexta extinción masiva de la historia geológica de la Tierra, contaminación sin precedentes de la tierra, del aire, de ríos, lagos y mares, disminución y formación de agujeros en la capa de ozono y elevación global de la temperatura. Todo ello está haciendo el planeta inhabitable, puede generar, ya está generando, desplazamientos masivos de población y guerras devastadoras por el control de los recursos cada vez más escasos y no es imposible, que en el proceso consigamos conducirnos a nosotros mismos a la extinción, o a una mortandad masiva tras la que los supervivientes heredarán una tierra miserable y una civilización desparecida, con un retroceso de siglos en el desarrollo que hemos alcanzado.

Pero los políticos de los países que se oponen a las políticas serias de descarbonización, muy probablemente, por desgracia, seguirán con su ceguera negacionista, aunque la contaminación y el calentamiento no se pueden contener con muros y leyes antiinmigración, las migraciones a la larga tampoco, y les afectarán igual que a los demás.

La especie humana ha demostrado a lo largo de su historia una capacidad casi ilimitada para la destrucción y la estupidez y la ceguera de ser incapaz de detenerse cuando la evidencia, que genera gracias a su inteligencia y aptitud para entender el mundo que le rodea, le está anunciando el desastre si no lo hace. Los elefantes, y otros animales, si alcanzan una población demasiado elevada para los recursos de que disponen en su hábitat, lo arrasan completamente, lo que les lleva a la necesidad de emigrar o a la muerte. Nosotros estamos haciendo lo mismo, con una diferencia, ellos no pueden evitarlo, actúan por instinto y no pueden alterar sus pautas básicas de conducta. Nosotros sí sabemos que vamos al desastre y podríamos cambiar nuestro comportamiento, pero no lo hacemos, con lo que nos hacemos merecedores de nuestra extinción por méritos propios.

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