Las autoridades sanitarias han hecho públicos los resultados de las listas de espera quirúrgica y de consultas. Según los datos aportados, de forma global, presentan aumentos muy significativos desde 2011. La verdad es que el ciudadano tiene esta percepción.
Por otro lado, el seguimiento de las notas de prensa de los últimos años muestra aumentos sistemáticos del número de intervenciones y de actividad ambulatoria. Son presentados como records históricos. De hecho, aparentemente la actividad quirúrgica programada ha aumentado. El número de consultas externas también. Los estudios radiológicos complejos se han multiplicado por tres.
No es menos cierto que en la última década se han renovado todos los centros sanitarios con internamiento y los ambulatorios, se ha modernizado la práctica totalidad de la tecnología médica, se han introducido las nuevas tecnologías sanitarias y que el gasto sanitario no ha hecho sino crecer. El presupuesto destinado a salud para el actual ejercicio es el más alto de la historia y cercano a la media nacional. El número de profesionales se ha duplicado desde las transferencias. El entorno además muestra que la población protegida está decreciendo.
Las informaciones son claras, muy claras, pero contradictorias. La actividad no para de mejorar y los resultados poblacionales no paran de empeorar. Si se profundiza, se observa que se presentan índices de resolución de consultas ambulatorias (relación entre primeras consultas y consultas de seguimiento cercanos a uno), que solo se las pueden creer los que no trabajen en el sector. Que los indicadores no son homogéneos. Que las diferencias entre centros son ostentosas; tan ostentosas que me inclino por creerme las presentadas como regulares. Me guardo la opinión de las circunstancias que permiten presentar resultados excepcionales en entornos donde priva la mediocridad directiva y no me refiero a la política. En otro orden de cosas, los desvíos reales de presupuesto asignado por centros y sectores son desconocidos, los porcentajes de derivación desde atención primaria ausentes. Pero lo más grave es que los órganos de evaluación asistencial están desaparecidos. Fueron literalmente dinamitados. Los datos, los muchos datos que se manejan aportan poca, muy poca información.
Enterrado el Consejo Económico y Social con su memoria anual, la ausencia de memorias económicas con análisis rigurosos de las variables de actividad y la malévola complicidad entre gestores políticos, direcciones asistenciales mediocres – a los hechos me remito-, y funcionarios expertos en políticas de promoción personal, facilitan todo tipo de cábalas. La mayoría dedicadas a generar una colosal ceremonia de confusión. En realidad, agobian a la gran mayoría de profesionales serios, bien formados y dedicados; trivializan uno de los temas que más preocupan a los ciudadanos y que concentra casi el 40% del gasto comunitario. Analizan los datos a ciegas, con una venda delante de los ojos, y dando por buenas solo las conclusiones que son favorables a sus intereses personales.
El escenario, a lo que más se parece es al juego de la gallinita ciega. La nueva consejera tiene mucho trabajo por delante para reorientar la organización hacia la eficiencia y poco tiempo para hacerlo. Los primeros meses son básicos antes de entrar en la espiral de los acontecimientos no planificados. En este espacio temporal los gestos son importantes; recuperar el rigor en la política sanitaria, mucho más. En especial identificar y apartar a los grandes simuladores que se acercan en representación de no se sabe que, como compañeros y camaradas y que llevan tres décadas mareando la perdiz impidiendo el buen y sano desarrollo de los servicios sanitarios.