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Juego Sucio

martes 18 de febrero de 2014, 09:10h

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A medida que se acerca el 18 de septiembre, la fecha del referéndum por la independencia de Escocia, vamos asistiendo a un incremento sostenido de la beligerancia de los políticos de los grandes partidos británicos, especialmente de los conservadores y de los miembros del gobierno de su graciosa majestad, a favor de la permanencia de los escoceses en el Reino Unido.
Que el gobierno y las elites políticas de Londres no sean favorables a la independencia de Escocia es perfectamente lógico y esperable, y respetable, como lo es también que hagan campaña en contra de la misma. Lo que no es tan lógico es que se utilicen argumentos básicamente negativos, destinados no tanto a resaltar las virtudes de la continuidad escocesa en el Reino Unido, cuanto a predecir toda una serie de consecuencias negativas que caerán como maldiciones bíblicas sobre los ciudadanos escoceses si cometen la osadía de votar a favor de la separación.
Uno de ellos es el de salida inevitable de una Escocia independiente de la Unión Europea. Hace ya algunos meses que algunos miembros del gobierno británico vienen insistiendo en la idea, con la ayuda de algunos componentes de la Comisión Europea, que desde una circunspección inicial tendente a la indefinición, han ido cambiando hacia una postura favorable a las tesis de que un territorio separado de un estado miembro quedaría automáticamente fuera de la Unión. Sin embargo, nada hay previsto al respecto en ninguno de los tratados en vigor, por lo que hay expertos académicos en diversos países de la UE que no lo ven tan claro y que consideran que el asunto debería resolverse mediante negociación.
De hecho, la negociación y el pacto han sido una de las claves del funcionamiento de la UE desde el mismo inicio de la Comunidad del Carbón y del Acero, el primer embrión de lo que con el tiempo ha acabado siendo la Unión. Parece un contrasentido que una organización que se creó para dotar a los europeos de un proyecto común en el que el pacto, el acuerdo, el concierto y el beneficio compartido sustituyeran al disentimiento, la desavenencia, la confrontación y el beneficio disputado, vaya a despojar a unos de sus miembros de su ciudadanía europea por el mero hecho de decidir abandonar pacífica y democráticamente el estado en el que han estado incluidos y formar uno nuevo propio.
Un aspecto especialmente llamativo es el cinismo del gobierno de Cameron al utilizar este argumento de la expulsión de la UE de una Escocia independiente, cuando el propio primer ministro, cediendo a las presiones de la mayoría euroescéptica de su partido, ha anunciado para dentro de dos o tres años un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión. Teniendo en cuenta la eurofobia predominante entre los ciudadanos ingleses, que son la abrumadora mayoría de la población británica, Escocia correrá un riesgo auténtico de salir de la UE si continua formando parte del Reino Unido.
También el ministro de hacienda y el gobernador del Banco de Inglaterra han anunciado que una Escocia independiente no podrá tener la libra esterlina como moneda. Se trata de nuevo de un anuncio amenaza, sin margen para negociación ni pacto. La respuesta del primer ministro escocés Alex Salmond ha sido clara y rotunda: la libra, como todo el resto del estado británico es patrimonio compartido, si se produce la separación habrá que repartir activos y pasivos. Si el Reino Unido se niega a compartir un activo como la libra, Escocia no compartirá el pasivo, es decir, se negará a asumir su parte alícuota de la deuda británica. Si no hay libra, no hay deuda.
El episodio más patético de estos últimos días lo ha protagonizado el nefasto Durao Barroso, el más anodino, insulso e inoperante presidente de la historia de la Comisión Europea. Probablemente fue por esas virtudes por lo que fue cooptado a esa posición, que tanto prestigiaron algunos de sus antecesores, como Jacques Delors y tanto ha desprestigiado él, pero, eso sí, tanto ha contentado con su sometimiento y pasividad a los gobiernos de los estados miembros, al menos a los de los países más poderosos. Ha insistido en el argumento de la salida automática de la Unión de una Escocia independiente y, además, ha tenido la ocurrencia de añadir que difícilmente podría volver a entrar, puesto que necesitaría el reconocimiento unánime de todos los países miembros y podría pasar como en el caso de Kosovo, que no ha sido reconocido por España. La comparación es absurda, puesto que Kosovo se independizó de Serbia, que no era, ni es, miembro de la UE y, por tanto, los kosovares no eran ciudadanos europeos. Además, el propio ministro español de asuntos exteriores declaró hace unas semanas que España no se opondría a una solicitud de adhesión de Escocia tras un proceso pactado de independencia.
Pero Durao Barroso, al que no le queda mucho tiempo en su puesto, está seguramente ya más preocupado en conseguir una colocación para cuando deba abandonarlo, que en ejercer el cargo con un mínimo de decoro y se dedica a hacer méritos para obtener una buena regalía. Políticos como el hacen que la salida de la Unión Europea no parezca en estos momentos una opción del todo indeseable.
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