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Juego de Tronos

lunes 02 de junio de 2014, 18:31h

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La abdicación, que no renuncia, del Rey Juan Carlos I cierra definitivamente la transición política española.

Tras la muerte de Manuel Fraga, de Santiago Carrillo y de Adolfo Suárez, y la retirada a un segundo plano de Felipe González y de Juan Carlos I, los grandes protagonistas del proceso político que nos devolvió la democracia han pasado a la Historia, seguramente en el lado de los buenos, por más mezcla de luces y sombras que arrojen algunos de ellos.

Sin embargo, la abdicación de Juan Carlos I es, en mi humilde opinión, el acto más definitorio del fin de la transición, que ya venía siendo hora, la verdad.

¿Se han fijado en que Juan Carlos I es el único Rey (salvo que se me escape alguno) con nombre compuesto de todos cuantos reyes ha tenido cualquiera de los reinos que hayan existido en lo que hoy llamamos España? Los reyes se llamaban Sancho, Alfonso, Fernando, Bermudo, Isabel, Jaime…, pero no se les añadía un segundo nombre.

Este hecho tan tonto es definitorio de las dificultades que enmarcaron la llegada de Juan Carlos I al trono. Porque de ser solo Juan, ¿debía ser Juan III o Juan IV? La línea sucesoria legítima indicaba que debía ser Juan IV, porque su padre había sido Juan III. La línea sucesoria marcada por Franco indicaba que debía ser Juan III, porque su padre nunca fue Jefe del Estado, al serlo el dictador de El Ferrol.

Ante la duda, que sea Juan Carlos, y así no la liamos. Sin embargo, el hecho de que ahora Don Juan esté enterrado en El Escorial bajo el nombre de Juan III parece indicar que Juan Carlos I hubiera deseado ser Juan IV, y parece indicar un gesto a favor de la línea de sucesión al trono digamos legítima y no por designios del dictador.

Sin embargo, tales gestos y la abdicación de ayer no pueden servir para eludir el trascendental debate que está, quieran o no, abierto en canal sobre la mesa. ¿Cuál debe ser la forma de Estado?

A diferencia de lo que pasó en Italia, a los ciudadanos que pudieron votar la Constitución de 1978 no se les dio a elegir la forma de Estado. La Constitución, poniendo un símil doméstico, fue un plato de lentejas.

Y ahora es el momento para corregir tal defecto, para permitir a los ciudadanos que decidan si quieren una forma de Estado basada en la tradición y en la sucesión por mero nacimiento o si prefieren elegir al Jefe del Estado de forma democrática.

El propio Juan Carlos I en su declaración para explicar los motivos de su abdicación ha dejado claro que los nuevos tiempos requieren cambios generacionales. No puedo estar más de acuerdo.

Los tiempos, por suerte para todos, han cambiado. No hay miedo al fascismo, por más que aun queden involucionistas casposos que no se han dado cuenta que su tiempo ha pasado. Tampoco hay miedo a un advenimiento de los soviets. La democracia está firmemente asentada, y nadie tiene, o no debiera tener, miedo a expresar su opinión.

Y si han cambiado los tiempos, si convenimos con Juan Carlos I que los nuevos tiempos requieren el impulso de generaciones jóvenes, ¿no es el momento de plantearse también un cambio en los viejos instrumentos, en las viejas instituciones? Porque por más que cambiemos al maquinista, si queremos evolucionar deberemos cambiar la locomotora y poner una más moderna.

Yo, es evidente, soy firme partidario de una IIIª República. No le regateo ningún mérito a Juan Carlos I, ni tampoco le afearé más de lo necesario sus evidentes fallos y errores. No discuto que su hijo Felipe esté muy capacitado para ejercer las escasas funciones prácticas de un monarca. Lo que digo es que yo prefiero votar al Jefe del Estado.

Se suele decir que eso sería sustituir a unos parásitos por otros, y que al final los costes serían mayores y el desorden de competencias también, porque ya que eliges a un tipo o tipa para Jefe del Estado, alguna competencia deberá tener para ser algo más que un florero.

Yo pienso que la clave está en suprimir la Jefatura del Estado como institución distinta a la Jefatura del Gobierno. Como sucede en Estados Unidos. La persona elegida por la ciudadanía y avalada por las Cortes es Jefe de Gobierno y asume las funciones de Jefe del Estado.

En cualquier caso, lo cierto es que han pasado suficientes años desde la aprobación de la Constitución como para dar por sentado que ni el contexto político ni el social son los mismos.

Y precisamente por esos cambios, entiendo que ha llegado el momento en el que debemos comportarnos como adultos no tutelados por poderes ocultos y decidir cómo queremos diseñar nuestro futuro institucional.

Si nos impiden opinar y decidir sobre ello, deberemos concluir que seguimos siendo tratados como niños que no pueden ni deben opinar de cosas que, aunque les afecten, no comprenden. Deberemos concluir que el poder real no reside en el pueblo sino en quien le tutela y le dirige entre las sombras. En quien decide qué se vota y cuándo se vota.
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