La luz de Jorge Berlanga
Por
Josep Maria Aguiló
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jmaguilomallorcadiariocom/8/8/23
sábado 04 de julio de 2020, 02:00h
En cierta ocasión, la gran pensadora María Zambrano escribió que leer al maestro José Ortega y Gasset «daba ganas de vivir». Esa valoración tan ajustada y certera del autor de «España invertebrada» la hice mía desde la primera vez que la leí. Desde entonces, me ha gustado utilizarla para referirme también a todos aquellos escritores o periodistas que han sido igualmente capaces de provocar siempre esa misma maravillosa sensación en sus lectores. Uno de ellos sería, sin duda, el malogrado Jorge Berlanga, un autor que por diversas razones tengo siempre muy presente.
Para mí, Jorge Berlanga (1958-2011) era uno de esos pocos seres escogidos por los dioses o por las musas que, con sus palabras y sus reflexiones, hacen nuestra vida más agradable, más plena y mejor. En sus textos y también en su trato con los demás, él irradiaba siempre esa luz que sólo poseen muy pocas personas, una luz hecha a un tiempo de bondad, de inteligencia, de elegancia y de amor a la vida. La mirada periodística y literaria del autor de «Un hombre en apuros» sobre las diferentes cosas que iban pasando en nuestro país desde los años ochenta era una mirada a veces algo descreída, pero siempre compasiva hacia los seres más desvalidos o más indefensos de nuestra sociedad.
Desde sus inicios como columnista y escritor, Jorge Berlanga había creado para nosotros un personaje literario inconfundible y entrañable, el de un dandi solitario, amante de las noches de Madrid y de sus melancólicos amaneceres, vilipendiado por sus sucesivas asistentas, sin excesiva suerte con las mujeres, fascinado por las «femmes fatales» y recurrente víctima de algún que otro «sablazo» por parte de sus amigos. Ese personaje literario era un ser que aceptaba cada una de sus numerosas derrotas sin perder nunca la compostura, ni la educación, ni esa finísima y brillante ironía británica que le caracterizaba.
Jorge Berlanga sabía, como saben los grandes maestros, como sabían también su padre Luis García Berlanga o su hermano Carlos, que sólo hay dos o tres cosas sobre las que no hay que reírse nunca: el sufrimiento de los demás, el desamparo de los más débiles y la soledad de quienes no tienen a nadie que les pueda ayudar o acoger. De todo lo demás, en cambio, se puede y se debería de poder hablar o escribir siempre con una sonrisa en los labios.
Empecé a leer a Jorge Berlanga en ABC y seguí leyéndole en La Razón a partir de los años noventa. Aún recuerdo aquellas contraportadas en que a veces coincidían Cecilia García y Jorge Berlanga, con columnas que eran auténticas delicias. Descubrir un artículo de ambos en un mismo día me resultaba ya suficiente para ponerme de buen humor durante toda la jornada. Comparando hoy como lector aquella época con la actual, a veces tiene uno la tentación de pensar que quizás sea cierto, con pequeños matices, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Cuando uno recuerda hoy a grandes periodistas como Jorge Berlanga, se refuerza aún un poco más esa melancólica sensación.