Resulta proverbial el embrollo que suelen armarse los mallorquines con los verbos ir y venir cuando se pasan al castellano. Es lógico, porque los significados de 'venir' no coinciden plenamente en una y otra lengua, de manera que en ocasiones 'venir', en catalán, significa 'ir' en castellano, dependiendo, no del lugar desde el que se hable con relación al de destino, como ocurre en español, sino de la ubicación de los hablantes con respecto a donde nos dirigimos, lo cual es sutilmente distinto. Este y otros matices desconciertan al castellanoparlante forastero. El de aquí, en cambio, ya se ha acostumbrado a nuestro galimatías traslativo, incluyendo el 'peró' al final de la frase, tan desconcertante para los foráneos.
El ministro Ábalos, corresponsable con Carmen Calvo y su bello jefe de que el 10 de noviembre tengamos que volver a votar, no entiende tampoco cuándo los mallorquines vamos o venimos, y cree que lo hacemos solo por el puro placer de vagabundear 'fora Mallorca'. De ahí que le carcoma el conocer la renta de quienes hacen uso del derrochador descuento de residente, gracia con que generosísimamente obsequia el Gobierno a los aborígenes de las islas, y que nosotros, taimados isleños, nos empeñamos en disfrazar de pequeña compensación al obligado desapego del resto del territorio.
Imagino, en cambio, que Ábalos no tiene interés alguno en saber lo que ganan el sevillano o el catalán que toman un AVE hacia la capital, o el navarro, el gallego y el murciano que optan por la autopista, porque entonces, claramente, se deduce que lo hacen todos ellos por trabajo, porque a qué diantre van a ir, si no, a Madrid, a respirar aire contaminado y hartarse de aglomeraciones.
Como le ocurre con nuestos verbos, Ábalos tiene un grave problema de comprensión con los mallorquines. Como somos todos ricos, ganamos torneos del Grand Slam y mundiales de baloncesto, viajamos a lomos de deportivos carísimos, nos hartamos de calderetas de langosta, estamos siempre de vacaciones, navegando en suntuosos yates con helicóptero plagados de modelos de alta costura en paños menores, y vivimos en el mejor lugar del mundo -esto último, rigurosamente cierto (que se joda)-, entonces para qué diantre el sufrido estado español, que tan generosamente se ha portado siempre con nosotros, va a financiarnos el desfase económico que nos suponía simular que íbamos por trabajo o por razón de estudios a la Península, cuando todo el mundo sabe que era falso, que si íbamos (¿o veníamos?) al continente era solo para zamparnos un cocido en La Bola o un chuletón de buey (y no de vaca moribunda) en Etxebarri y, en todo caso, para darnos un garbeo y compadecernos de quienes tienen la enorme desgracia de no haber nacido en Mallorca.
Pero Ábalos, en contra de lo que algunas mentes malpensadas pudieran sospechar, no es un pérfido mesetario castellano, sin más piélago que el que conforman los yermos páramos que glosaba Machado, sino que, sorprendentemente, nació frente a nosotros, a quince kilómetros del Mar Mediterráneo, en la comunidad valenciana; concretamente en la villa de Torrent, 'Torrente', en castellano.
Y menos mal que no se hizo policía.