Los cambios si son a mejor siempre son buenos y Palma es una ciudad que está en constante movimiento: sus gentes, sus barrios, sus edificios… Por algo será que a la capital de la isla de la calma se la considera una de las mejores ciudades para vivir.
Aunque la calma, sobre todo en verano, brilla por su ausencia. Los cruceros desembarcan en el puerto a millones de turistas que casi van en fila india por las calles peatonales y más céntricas de nuestra urbe, donde no cabe un alfiler. El aeropuerto de Son Sant Joan también es uno de los más productivos en cuestión de tráfico aéreo. Por una parte, esto significa que gracias al turismo que nos visita por mar o por aire -y que, en ocasiones, se queda a vivir aquí- el nivel de paro ha bajado, la economía crece… Pero, por otro lado, ¿cuál es el precio que pagamos los mallorquines para que los visitantes que fueren no cumplan con lo que vieren?
Somos capaces de alquilar nuestras viviendas en régimen vacacional por una gran suma de dinero e irnos a vivir de nuevo con nuestros progenitores y en más ingratas condiciones e incomodidades, con tal de incrementar nuestros ingresos. Si podemos hacerlo de forma ilegal mucho mejor, porque estamos cansados de que el pescado grande se coma al pequeño y que la corrupción gobierne y engrose sus arcas. Otro ejemplo de tipo inmobiliario sucede en la isla de la moda adlib, Ibiza, donde es muy difícil encontrar médicos que quieran ir allí a trabajar ya que no disponen de viviendas libres para ellos, bien por estar ya todas alquiladas o bien por el precio desorbitado que piden para habitarlas, y deben conformarse con las nuevas habitaciones vacías del hospital. Una verdadera vergüenza para los profesionales de la salud.
Además, nos rendimos ante los gustos y preferencias del tipo de turismo que nos llega. Recordemos que el año pasado, Mallorca salió en los medios de comunicación internacionales debido a los actos impúdicos de alto contenido sexual y hechos degradantes que se cometían en Magalluf, como si fueran un tópico más de la isla. También, en S’Arenal existe desde hace muchos años la calle de la cerveza y zonas destinadas al turismo de las borracheras, los llamados hooligans, que provocan disturbios y actos vandálicos.
Sin ir más lejos, el domingo pasado la playa de Cala Agulla fue invadida por una multitud de turistas que consumían alcohol, convertían la música en un ruido ensordecedor y tiraban basura en la arena de este entorno que forma parte de un Área de Especial Interés Natural Comunitario. No podemos proteger unas zonas contribuyendo a su inaccesibilidad, poniendo trabas, o derribando chiringuitos… en contra de otras, puesto que, los turistas invadirán todos los espacios. En la zona marítima de Palma, concretamente en “El Pesquero”, la otra noche fui testigo de una concentración de un gran grupo de jóvenes extranjeros que también daba la nota en cuanto a gritos, risas groseras y voz alta, a causa de la cantidad de bebida ingerida. Ni siquiera se daban cuenta de las molestias que provocaban a la gente que deseaba tomarse una copa tranquilamente. Los camareros y encargados de la gente de servicio tampoco osaban decir nada porque era un beneficio para el local.
Cuando este tipo de turismo que nos hemos buscado y consentido ya se haya establecido seguramente será demasiado tarde (No solo del turismo vive el hombre) Si entre todos, especialmente gobernantes y hosteleros, no frenamos el abuso, la mala educación, y el descontrol del turista que llega con el único objetivo del desmadre total; nos ahogará la permisividad y el poco respeto que nos debemos a nosotros mismos y a la maravillosa isla en la cual vivimos. ¡Sálvese quien pueda!