"El partido decía que Oceanía nunca había tenido alianzas con Eurasia. Pero él, Winston Smith, sabía que Oceanía había sido la aliada de Eurasia desde hacía tan poco tiempo como cuatro años antes. ¿Dónde se encontraba el conocimiento de estas cosas? Sólo en la propia consciencia, que posiblemente sería anihilada. Si todo el mundo aceptaba la mentida impuesta por el Partido entonces la mentida pasaba a la historia y se convertía en verdad”.
No lo digo yo, lo dice George Orwell en la novela 1984.
El escenario futurista dibujado por George Orwell en el año 1949 muestra una situación extrema de manipulación de la sociedad. El estado, asimilado a “el Partido”, pone su máximo empeño en controlar incluso el pensamiento de los ciudadanos. Quien se resiste a ello se expone a terminar con su cara dentro de una caja de ratones, sin duda el pasaje más fácil de recordar de la novela del verdadero “Gran Hermano”.
El punto de control y manipulación llega al extremo de ir cambiando la historia a golpe de decreto. El estado –o El Partido en este caso- se inmiscuye en el trabajo de los historiadores y decide qué ha sido realidad y qué no.
Casos como el relatado por Eric Arthur Blair (escondido bajo el seudónimo de George Orwell) ponen de relieve la peligrosidad social que supone que el poder legislativo, que no es más que un órgano formado por individuos que casi siempre se deben a un partido político, suplante técnicos y científicos en sus funciones.
No puede ni debe ser el legislador quien decida el contenido de los libros de historia, como tampoco es de recibo que se inmiscuya en cuestiones filológicas. Si no se atrevería a establecer por decreto la masa del planeta Marte o a decidir como se trata una hernia discal, ¿Por qué debe de decidir sobre otras cuestiones que aunque sean sociales no dejan de tener carácter científico? ¿Por qué se prefiere el pan para hoy y el hambre para mañana? El trabajo del político debe de ser la gestión del bien público, y las leyes tienen que basarse en el dictamen de los profesionales expertos.
El peligro de entrar en este tipo de acciones es dotar de carga política a cuestiones que tendrían que estar alejadas de ella. Se dificulta el consenso y se corre el certero peligro de que las leyes sean cambiadas enseguida que cambie el color del equipo de gobierno, con lo que se genera una notable inseguridad. Un ejemplo lo encontramos en la sucesión de leyes sobre educación que los principales partidos políticos españoles han promulgado cada vez que han accedido a La Moncloa.
Corolario: Todo esto sólo cuadra si el científico tampoco hace de intruso.