Las pasadas elecciones generales del pasado 20 de diciembre han dado, de momento, cantidad de declaraciones de todo signo y magnitud, grandilocuentes, divertidas, encizañadas, entrometidas y en general, tanto desde los partidos políticos como desde los centros de poder mediático, financiero, económico y empresarial lo que cada uno pretende es llevar el agua a su molino, y dejar en seco el del vecino.
Interpretar es la acción de percibir, formular la realidad de una manera personal, subjetiva y, por lo tanto, de forma interesada y tendenciosa.
Resulta que tanto los recién elegidos como sus respectivos aplaudidores, además de servir para ocupar cualquier cargo público que su cabeza de cartel, o el pacto de gobierno que se realice, se les ocurra encomendarles, ahora son especialistas en desvelarlos lo que a su entender han querido decir los electores con sus votos, clarificándonos los misterios que se ocultan en el batiburrillo de diferentes papeletas que los electores depositaron en las urnas.
Las interesadas interpretaciones de los distintos partidos, provocan que a la hora de sentarse a hablar, aunque cada uno de ellos por separado se llene la boca diciendo que hay que sentarse a dialogar, los diferentes posicionamientos sean difícilmente reconciliables, porque cada uno de los partidos ve realidades absolutamente distintas de los resultados obtenidos, por hablar sólo de los que han obtenido más votos.
El Partido Popular de Mariano Rajoy ha sido el más claro, se sienten legitimados para, obviando que han perdido 63 escaños y más de dos millones de votos, seguir gobernando.
El PSOE de Pedro Sánchez interpreta que la mayoría de los españoles han mostrado su descontento ante las políticas de los populares y de Mariano Rajoy y apostando por que los españoles quieren un cambio profundo, que no puede liderar un denostado presidente en funciones.
Desde Podemos interpretan los resultados como una absoluta derrota de los partidos clásicos, exigiendo un cambio radical de las políticas y la forma de hacer política, y a pesar de ser sólo la tercera fuerza política más votada, cree encontrarse en la posición privilegiada de marcar la agenda política más próxima.
Para terminar queda Ciudadanos que interpreta que unos resultados tan ajustados, dan a entender que los españoles lo que quieren es más diálogo y un encuentro de las posturas.
Los hay también que vaticinan los desastres, los sufrimientos del infierno si no se llega rápido a un acuerdo de gobernabilidad, que olvidan que desde hace sólo cinco años un estado, y no del tercer mundo retrasado, incivilizado, etc, etc, sino en un País del primer mundo, europeo para más señas, Bélgica, tiene el record mundial de estar sin gobierno, exactamente la friolera de 535 días sin gobierno, hasta que por fin el socialdemócrata Elio di Rupo logró formar un nuevo gobierno, y con un dato a tener en cuenta, aparte las presiones externas sobre su deuda, el país presentó durante estos 535 días sin gobierno, unos datos económicos envidiables, con mejoras sustanciales en paro, déficit y hasta en el salario mínimo.
El electorado, en todos los casos, es tratado y entendido como un todo homogéneo y aglutinador de intereses comunes, como si todos y cada uno de los electores se hubiera puesto de acuerdo con todos los otros electores, para que los resultados salieran cono han salido y por lo tanto tuvieran una sola voz que les dice, al oído de los diferentes partidos, lo que tienen que hacer, olvidando que cada elector tiene sus motivos, sus propios motivos para votar a una u otra opción independientemente de los motivos que tengan o puedan tener los otros electores.
Lo que sí han demostrado estas elecciones, una vez más, es que le democracia es un tema muy delicado, muy grande, muy ilusionador, pero a la vez muy sencillo, enormemente sencillo, tan sencillo como que 2 es más que 1, te pongas como te pongas.