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Incultura de pacto

viernes 22 de enero de 2016, 04:00h

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La situación que estamos viviendo los ciudadanos españoles desde la celebración de las últimas elecciones generales se asemeja mucho a una ceremonia de la confusión. Los líderes de los distintos partidos ponen de manifiesto que en este país no es que no haya demasiada cultura negociadora, es que, materialmente, vivimos en la más absoluta incultura de pacto.

Y, curiosamente, no siempre fue así, de hecho el actual régimen deriva de un gran acuerdo, inaudito entonces, entre los representantes de las distintas facciones políticas, muchas de ellas no solo antagonistas, sino incluso en distintos bandos de la Guerra Civil, entonces no tan lejana. En 1978, España dejó perpleja a media humanidad asumiendo casi todas las partes enormes dosis de contención de las reivindicaciones propias y renuncias especialmente dolorosas en pro de la reconciliación. Dimos ejemplo y la transición española alimentó procesos posteriores, como el de Chile.

El invento nos ha durado unos 35 años mal contados y, desde el refrendo constitucional no ha vuelto a darse ningún gran consenso político en las cuestiones capitales de nuestra sociedad, salvo, como excepción, en la lucha antiterrorista.

Pero el panorama actual es desolador, porque ninguno de los líderes da la talla en cuanto a su obligación de buscar vías para sacar adelante los problemas de los españoles –no solo de sus votantes- con el más amplio grado de consenso. Y no será porque no haya materias sobre las que la ausencia de un pacto sea trágica; la educación, la sanidad y la estructura del estado sean quizás las principales, pero hay otras.

Nos debatimos entre un líder de la derecha mudo, que con su ostracismo ha conseguido aislar a su partido del resto de fuerzas políticas y quedarse sin interlocución y un ‘medio líder’ de la izquierda, que entiende el pacto no desde la perspectiva del contenido material del mismo, sino de su resultado a corto plazo: la conquista y el reparto del poder como único elemento de consenso entre fuerzas, todas ellas de izquierdas, por supuesto.

Ciertamente, al único que no se le puede extender la anterior tesis es al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que más allá de sus concretas posturas ideológicas –que gustarán más o menos-, ha demostrado tener la cintura y la altura necesarias para limar diferencias y conseguir acuerdos con partidos del otro lado del arco parlamentario.

Es muy posible que la menos dolorosa de las salidas a esta situación sea repetir los comicios, para ver si se despejan algunas dudas y los partidos se deshacen de aquellos dirigentes que todavía no entienden qué significa pactar con el adversario en beneficio del país que están llamados a gobernar.

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