El Mallorca se volvió a dejar dos puntos que el Cádiz no forzó la máquina para conseguir pese a que el palo izquierdo de la portería defendida por Cabrero devolvió sendos remates de Alvaro, en la primera mitad y Garrido en la segunda. Ante las ocasiones malogradas por los delanteros de ambos equipos, locales y visitantes se preocuparon más de no perder que de ir a por la victoria. El empate final e inicial refleja con claridad la impotencia de los contendientes que desarrollaron un fútbol de patio de colegio, más justificable en quienes continúan en el furgón de cola y menos en el “submarino amarillo” original que viaja en primera clase y tenía la oportunidad de dar un golpe de mano ante las derrotas de los primeros clasificados, Levante y Girona, así como la de su principal perseguidor, el Getafe.
Como atenuante Olaizola, otra vez confuso en el relevo de Lekic a un cuarto de hora del final, puede esgrimir las ausencias de Yuste y un lateral zurdo nato –tuvo que cambiar de lado a Campabadal- agravadas por el infortunio de las lesiones de Juan Rodríguez antes de los primeros treinta minutos y de Alex Vallejo al borde del intermedio, que le obligaron a tirar de jugadores sin minutos ni experiencia como Pleguezuelo y Zdjelar, más para tapar agujeros que para poder mejorar en algún aspecto del juego. A su dudoso éxito, si así consideramos el resultado, contribuyó el bajo rendimiento ofensivo andaluz que explica su ineficacia lejos del Ramón de Carranza, pues a la torpeza de Ortuño, inédito, había que sumar el excesivo individualismo de Alvaro, un extremo tan rápido como irresoluto y la exclusiva dedicación de sus centrocampistas a labores destructoras que solo consiguieron generar un embotellamiento en la zona ancha de la que nadie logró salir.
Defiendo la teoría de que el cero a cero debería castigar sin un solo punto a aquellos conjuntos incapaces de romperlo. Sin embargo en este caso más que en otros, este reparto no sirve para nada. Y/a lo decía Luis Aragonés.
