Hoy es día de elecciones

Si, hoy es jornada electoral y mañana, también. Habrá colas para meternos en ese espacio cerrado de apenas dos metros cuadrados para elegir lo que queremos y luego otra cola para emitir el voto. No hablo de las cabinas de los colegios electorales ni de las urnas. Hablo de probadores de tiendas de ropa y cajas para pagar lo que nos llevamos.
Uno de los bares más carismáticos de mi ciudad cierra, el Cristal. Un emblema, un establecimiento que ha acompañado mi ciudad durante muchos años y acodados en sus mesas casi todos hemos tomado un café o leído un periódico. Se va. Se va como se van muchos hornos tradicionales o las tiendas que llamamos de toda la vida. ¿Por qué? Cada negocio tendrá sus motivos o problemas y los desconozco, pero está ahora muy de moda dar la culpa a la mezcla de codicia de los propietarios de los locales que suben los alquileres y a la llegada de esas multinacionales que se instalan después en ellos. No se equivoquen. Eso solo son las consecuencias de una votación en la que
la mayoría ha decidido que prefiere grandes cadenas. Si el propietario de un local pide un alquiler de cinco cifras al mes por un local es porque alguien está dispuesto a pagarlo y si lo está es porque sabe a ciencia cierta que lo va a llenar de consumidores. Si la mayoría decidiese gastar su dinero en el pequeño comercio, el zapatero de toda la vida obtendría pingües beneficios como lo hacen las cadenas de hamburguesas o las cadenas de ropa y podría hacer frente a alquileres astronómicos. Pero cuando vamos a comprar emitimos nuestro voto y preferimos el gran almacén de cinco plantas con escaleras mecánicas y música de fondo que a la tiendecita con estantes y regentada por una familia. Una familia que de contar con nuestro voto en forma de compras siempre tendría una nueva generación dispuesta a hacerse cargo del negocio y pagar lo que fuese necesario por el alquiler.
Algo parecido ocurre con las campañas que denuncian las condiciones laborales de los trabajadores en las fábricas de ropa asiáticas. Millones de personas las comparten y se suman a las protestas por las condiciones de sus trabajadores, pero luego te acercas a las tiendas y viendo la cola en las cajas y probadores parece que no sabemos vivir sin comprar ahí. Todos sabemos lo que cuestan las cosas y cuando salimos de una tienda con una camisa nueva por menos de diez euros acabamos de votar que nos importa un bledo las condiciones del que la ha fabricado, acabamos de votar que nos da igual si antes había un negocio tradicional donde ahora está el gran almacén, acabamos de votar por tanto que queríamos el cierre de lo que fuese que había ahí antes.
Que la ciudad pierda sus comercios tradicionales es una pena, pero me cuesta criticar y culpabilizar a alguien y a la vez vestirme en uno de esos almacenes donde con 30 euros sales con camisa, pantalón, calcetines y zapatos.
Feliz día de elecciones.

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