Leo diariamente casi todos los diarios que se imprimen en las islas y los de mayor tirada nacional, un buen número de periódicos digitales de los que recibo sus alertas en mi móvil. Leo los teletipos de las agencias de noticias más importantes. Por supuesto, veo regularmente los informativos de IB3 TV, Canal 4 TV y de TVE; a veces los de alguna cadena privada —ahora generosamente subvencionadas por el Gobierno de Pedro Sánchez, pese a que el duopolio hasta ahora ha sido un negocio muy rentable y sin especiales dificultades—. Y, naturalmente, es raro el día que no escucho los boletines horarios de Radio 5 de RNE y fragmentos de la programación de IB3, Cadena Ser, Onda Cero, Cope, EsRadio y alguna otra emisora.
Por si eso fuera poco, soy usuario habitual de las redes sociales Twitter, Instagram y Facebook, aunque cada vez menos. En efecto, todo ello contribuye a que mi mente no esté muy saneada, algo que debo compensar con frecuentes escuchas de Radio Clásica, documentales de La 2 y otros mecanismos de evasión que no procede explicar aquí.
Como cualquiera puede comprender, mi cerebro está acostumbrado a filtrar mucha de la información que compulsivamente engullo. Hay mucha que personalmente no me interesa en absoluto y alguna que detesto especialmente. Pero al final no puedo librarme de ella por más que lo intente. Curiosamente, las barrabasadas que suelen soltar por su boca algunos políticos del espectro más radical acaban llegándome por sus antagonistas.
De las imbecilidades de la ultraderecha me entero por los diputados y concejales del PSOE y Podemos. Las estupideces de la ultraizquierda me llegan por los políticos de PP y Vox. Y yo me pregunto si los replicadores de las memeces ajenas son conscientes de su papel de agregadores y difusores de los mensajes de su contrario. Hacen justo lo contrario de lo que se supone que deberían hacer: son los altavoces de sus rivales políticos.
Sus apelaciones a la unidad y al pacto suenan huecas, vacíos, más falsos que una moneda con la cara de Popeye. No se los creen ni ellos pero replican sus #hastags como las legiones de bots que todos tienen, donde critican al adversario a la vez que lo emulan con fruición. El confinamiento es duro, pero soportarles es un auténtico martirio.
Si se creen que la ciudadanía olvidará fácilmente lo que unos y otros están haciendo, como auténticos hooligans a quienes la tragedia del coronavirus les importa muy poco, se equivocan. Confío en que pronto lo comprobarán.