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Historias de excrementos humanos

lunes 31 de marzo de 2014, 18:02h

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Uno de los aspectos que más sorprende, desagradablemente, a los ciudadanos occidentales cuando viajan a China por primera vez es el de los aseos públicos. La incomodidad que nos produce el que se trate de una especie de letrinas, a las que no estamos acostumbrados, aunque en España no nos eran ajenas hasta no hace mucho, sobre todo en los campamentos y cuarteles militares, la falta de privacidad, la escasa limpieza, con presencia frecuente de residuos líquidos y sólidos y la ausencia en muchos casos de papel higiénico, así como la concentración de olores, a veces difícil de soportar, conforman una de las quejas más habituales de los turistas al regreso de sus viajes. De hecho, hace un par de años el gobierno de Pekín introdujo una nueva regulación sobre los aseos públicos, para conseguir mejorar las condiciones higiénicas de los mismos, en una decisión tomada poco después de que un informe de la Organización Mundial del Comercio considerara los aseos de China los peores del continente asiático. Entre otras disposiciones, se incluía la muy curiosa de que en cada momento no puede haber en el interior más de dos moscas. Al parecer no se indica como conseguir cumplir con este requisito. Es cierto, en cambio, que en los hoteles y centros comerciales modernos los baños y aseos son de estándar occidental.

Los viajeros se sorprenden aun más cuando se les explica que muchas de las viviendas chinas no tienen aseo. Aunque, sobre todo en las grandes ciudades, eso está cambiando rápidamente, aun hoy en día hay numerosas casas que carecen de aseo propio y cuyos habitantes siguen acudiendo a los aseos públicos a hacer sus necesidades, como se ha hecho durante generaciones. Todo esto hace arrugar la nariz a muchos de nosotros y provoca sonrisas displicentes y cierto sentimiento de superioridad condescendiente. Pero posiblemente falta un poco de perspectiva histórica.

En la Edad Media y el Renacimiento y hasta el siglo XVIII y entrado el XIX, en nuestras viviendas tampoco había aseos, y tampoco los había públicos, de modo que el contenido de los orinales se vaciaba directamente a las calles, que eran unas auténticas cloacas al aire libre, con las lógicas consecuencias de olores e insalubridad. Además todos los riachuelos de excrementos acababan en los ríos, o en el mar, con el consiguiente riesgo de transmisión de enfermedades y epidemias con el consumo de agua contaminada. Cierto es que en las zonas rurales, y hasta hace bien poco tiempo, los campesinos sí que usaban los excrementos humanos como abono, pero cada quien de modo indivudual. En China, en cambio, había todo un sistema institucionalizado de recogida de excrementos, que eran después procesados y transformados en abono orgánico para la agricultura. De este modo, los efluvios corporales no llegaban a los ríos. Durante todos esos siglos el agua de los ríos chinos era perfectamente salubre y consumible sin riesgo.

Los recogedores de excrementos eran un gremio muy respetado en la China de otros tiempos. En las aldeas y pueblos donde no había baños públicos, los vecinos debían salir con sus orinales a una hora establecida para entregar su contenido que era transportado en carros. Donde había aseos públicos, se recogía el material del depósito donde se acumulaba. Después todo se convertía en abono. Incluso en época tan reciente como los años 50, el propio Mao Zedong visitó una factoría de conversión en fertilizantes en la ciudad de Chengdú, en la provincia de Sichuán, como muestra de la importancia para la agricultura de la conversión de excrementos en adobo.

Aquí, con la introducción de nuestros actuales sistemas de aseos y retretes y alcantarillado, hemos solucionado el problema de los excrementos humanos en la vía pública, aunque no los caninos, pero esa es otra historia, así como los olores, pero a un elevadísimo coste de despilfarro de agua. Además, hasta hace pocas décadas, continuábamos abocando los deshechos, eso sí, más diluidos, a los ríos y al mar. Para solucionarlo, hemos tenido que recurrir a las depuradoras, que son efectivas y han mejorado mucho la calidad del agua de los ríos y del mar litoral, pero a un alto coste de construcción, de ocupación de territorio, de consumo de energía y de generación de unos residuos específicos, los lodos, cuya eliminación también supone un problema.

Así pues, los chinos han tenido durante siglos un sistema eficiente de eliminación de los excrementos humanos sin contaminar sus ciudades ni sus ríos, sin gastar grandes cantidades de agua, sin tener cloacas a cielo abierto y proporcionando a su agricultura grandes cantidades de abono orgánico barato. Quizás el sistema no era tan malo, sobre todo comparándolo con lo que padecían aquí, en las ciudades de Europa nuestros tatarabuelos.
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