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Hýbris a la catalana

Por Francisco Gilet
miércoles 06 de septiembre de 2017, 02:00h

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Los compatriotas de Homero o de Platón, eran conscientes de que el mayor de los pecados que podía cometer un griego era la arrogancia, la autosuficiencia que le permitía convertirse en una divinidad. Siendo así que la competencia era intensa, un dios más en el Olimpo griego, tampoco molestaba en exceso. Era esa arrogante suficiencia lo que permitía experimentar la sensación deseada de alcanzar todo cuanto la vida podía ofrecer. Y por ese camino anda un grupo de gobernantes catalanes, con sus conmilitones bien empoderados económicamente, bajo el emblema de “actuar en democracia”, se han instalado en esa hýbris que le ampara en su pulso a todo el Estado y al resto de españoles. Desde su posición, han hecho de la mentira su verdad y pretenden que el resto de mortales, la totalidad de europeos comulgue con esa falsedad.

La apropiación de los muertos de La Rambla, los ardides de consellers, president y mossos para esconder la realidad, para manipular el escenario y sus actores, convirtiendo un terrible atentado terrorista en un acto propagandístico de sus “democráticas” aspiraciones es emblemático de una conducta calificable de miserable. Los muertos no eran suyos, no eran mensajeros de ningún grito separatista, fueron, desgraciadamente, instrumentos de esa mísera conducta que siempre acompaña a todo político que guía sus pasos no en busca del bien común, sino de la implantación de sus deseos personales. Unos deseos que no tienen muro ni freno alguno en cuanto a los medios para obtener sus resultados. La mentira es el menor de sus yerros. Hasta el mundo catalán islámico les ha llamado la atención, prohibiéndoles el uso de mezquitas donde colocar las urnas, esas urnas que se adquieren en secreto, se guardan en secreto y serán sacadas en secreto. Secreto, máxima expresión de un sistema que ellos, los adquirentes guardianes, consideran es un adorno del sistema democrático.

Y si todo lo anterior es un fraude a la democracia, el pretender auparse por encima de si mismos, hasta alcanzar una altura y un status superior, llega a provocar nauseas en todos aquellos que no son “com nosaltres”. Ya no se trata de menospreciar a la ley y a las sentencias judiciales negándose a devolver los bienes de Sijena, sino que, incluso, van más allá y ya anuncian que a les illes, al país valenciá, se unirá la franja de ponent de Aragón como nueva “provincia” catalana. Y suma y sigue. El imperialismo de ERC, JxSi y la CUP, con sus cachorros, no tiene límites. Llevados de su hýdris catalana, de su endiosamiento, se acomodan en un Olimpo por encima de la voluntad de cuarenta y siete millones de españoles. El Club de los Viernes, una red de principios completamente liberales, se apresta a contrarrestar el “procés” con un manifiesto: Somos cuarenta y siete millones, los que tenemos la palabra en un conjunto soberano. Y todo aquel que atente contra esa soberana palabra, está fuera, ya no solamente de la ley, de la justicia, sino también de ese valor que tanto usan, hasta al desgaste; la democracia. Un sistema que, según parece, ellos tienen el derecho a tergiversar, a malbaratar, hasta alcanzar el primer estadio de toda dictadura, la oligarquía.

Entretanto se acerca otra semana “trágica”, con promulgación de leyes disimuladas, de decretos leyes guardados en cajones, todavía cabe preguntarse cuál será la respuesta del gobierno y de todos los restantes partidos nacionales que, según parece, no están por la labor de permitir la instalación de las urnas y el correspondiente referéndum. Hasta ahora, solamente palabras y anuncios de acciones mantenidas en el oscurantismo, que se contraponen con el deseo de la ciudadanía de conocer cuál será esa firme acción que impida y paralice el verdadero golpe de Estado del Puigdemont y demás conmilitones, sustentado, dicen, en el derecho internacional. Frente a esa conjunción de esfuerzos independentistas, se desearía ver constituido un cuerpo dynamico y unido que, sin fisuras, estableciese que la fuerza de la democracia no está en unas urnas, sino en la voluntad soberana del pueblo español. Y que en su defensa están predispuestas todas las opciones políticas que no aceptan que unos pocos, de espaldas a la ley, decidan por el conjunto del pueblo soberano.

Quizás se está aproximando el momento en que, todos los ciudadanos catalanes, habitantes más allá de las fronteras del Principat, comiencen a preocuparse de si se acerca el momento de vivir, de trabajar en un territorio extranjero. Quizás también se avecina el instante en que, a los damnificados por una no deseada hÿdris catalana, se les deba responder con gallardía y generosidad desde el resto de España. O no, como diría Rajoy.
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