La línea que separa la vida y la muerte es tan fina como lo que delimita el amor y el odio. Uno puede salir un día a la calle y sin comerlo no beberlo, un vehículo sin dirección irrumpe sobre la acerca y te manda directamente al tanatorio o, por el contrario, sales ileso de un accidente mortal. Lo primero le sucedió hace una semana al Córdoba, que perdió dos puntos en la última acción de su partido contra el Mirandés. Lo segundo lo ha vivido el Mallorca que, en su postrera jugada, minuto 93, evitó una sentencia inevitable cuando el Elche ya se las prometía relativamente feliz con un puntito que le mantenía lejos de su anfitrión, si, aunque demasiado cerca del Alcorcón. Por otra parte, justo castigo a su racanería.
Sergi había previsto el cerrojo plantado por los datileros, esencialmente en la segunda parte, pero no la ineficacia artillera de su equipo pese al oasis de su excursión por el desierto sevillano. Algo tuvo que ver el poste de la portería defendida por Santamaría a los 180 segundos del comienzo del choque, que metió el miedo en el cuerpo a ambos contendientes. Los visitantes ya lo traían de serie y los locales lo fueron adquiriendo hasta que les movió, ya avanzada la segunda parte, su propia desesperación.
Con Moutinho desaparecido y Culio sin fuelle, el Elche cedió el dominio del centro del campo a Alex Vallejo, demasiado atrás para poner algo de pólvora en las botas de unos artilleros tan escasos como ausentes. El novel técnico forastero, que estrenaba cargo, sacrificó a su peón más avanzado, Nino, en tareas de presión y alejado del área, su único hábitat natural. Efectuó cambios de refresco convencido de que el tiempo jugaba a su favor, pero el cronómetro no mira a derecha ni a izquierda, sigue su curso impasible y no para más que a gusto del árbitro y esta vez se detuvo un segundo más tarde de lo que a unos necesitaban y uno más pronto de lo que a los otros les convenía.
