Hace mucho calor. Es normal, estamos acabando el mes de julio. Muchos aprovechan para vender su libro y esparcir sus teorías de que los polos se van a fundir y todos vamos a vivir bajo el agua.
En este escrito, ni voy a defender ni a negar el cambio climático pero les quiero hacer algunas reflexiones en voz alta que, espero, les den que pensar. Acompáñenme.
Hay que decir que los comunicadores de este fenómeno meteorológico son unos cracks. Como en toda campaña de marketing hay que mantener a la audiencia activa porque, si no, es difícil vender el producto.
Para la campaña del calentamiento global se tiene bien estudiado el momento de lanzar y hacer énfasis en el mensaje. El prime time o momento de máxima efectividad es, como se imaginan, en pleno verano, cuando aparecen los primeros incendios forestales. Su audiencia está más predispuesta a comprar su producto.
Por otro lado, como buena campaña de comunicación, conviene ir renovando la marca para mantener el interés por el producto ¿Recuerdan cuando, allá por los años 80, se hablaba del agujero de la capa de ozono y nos prohibieron emplear aerosoles por sus gases CFC? Ya no se habla ni de agujero ni de ozono. Bueno sí, de esto último se habla como terapia alternativa a la cura de la Covid pero solo en entornos prohibidos.
Más tarde se habló de efecto invernadero. En la actualidad, como ya saben, de cambio climático.
El mensaje ha sido consistente en el tiempo. Es curioso observar cómo, en los años 70, los climatólogos asustaban a la población con todo lo contrario: con que el planeta se iba a congelar. Sí, hemos pasado de asustar a la población con el frío extremo a hacerlo, desde principios de los 80, con el calor abrasador. Quizá no cuajó el primer mensaje y no asustó lo debido. Sus razones tendrán.
Existen multitud de artículos de prensa de la época en los que no era el calor, sino que el papel del lobo acechando a nuestro futuro y el de nuestros hijos, se atribuyó al frío y a la “nueva edad de hielo” que estaba en camino.
En este sentido, les he recuperado un extracto, que no tiene desperdicio, de un artículo de la prestigiosa revista Time publicado el 24 de junio de 1974. Decía así: “El hombre también puede ser, en parte, responsable de la tendencia al enfriamiento. Reid A. Bryson de la Universidad de Wisconsin y otros climatólogos sugieren que el polvo y otras partículas liberadas en la atmósfera como resultado de la agricultura y la quema de combustibles pueden estar impidiendo que más y más luz solar alcance y caliente la superficie de la Tierra. Cualquiera que sea la causa de la tendencia al enfriamiento, sus efectos podrían ser extremadamente graves, si no catastróficos. Los científicos calculan que solo una disminución del 1% en la cantidad de luz solar que golpea la superficie de la tierra podría inclinar el equilibrio climático y enfriar el planeta lo suficiente como para enviarlo por el camino hacia otra edad de hielo dentro de solo unos pocos cientos de años.
No falla. Es el estilo de siempre: Un experto, un estudio y la palabra catástrofe. El tridente para tener atemorizada a la población.
La palabra catástrofe ha aparecido repetidamente en la prensa y publicaciones mainstream. Como en la reciente publicación de The Economist en la que se hacía eco de la próxima catástrofe alimentaria. En su portada se mostraban espigas de trigo con calaveras en lugar de granos y el titular recogía la palabra “catástrofe”.
Aunque la palma de todas las portadas se la lleva la titulada “La Próxima Catástrofe” de, otra vez más, The Economist, en la que se muestra una familia sentada en un sofá, con máscaras antigás y detrás, varios cuadros colgados en la pared. Cada uno recoge cada una de las catástrofes que nos asolan: la gripe porcina, un asteroide, un volcán, una guerra nuclear, un virus y, como no, el calentamiento global escenificado con un dibujo de un pedazo de hielo fundido sobre el que posa un pobre pingüino, bajo un sol abrasador.
Está todo estudiado. No solo el concepto es vendido bajo nombres diferentes sino que lo presentan con diferentes formatos y, sobre todo, diferentes colores. Así como en los mapas del tiempo de hace 5 años, los 36 grados centígrados sobre una zona geográfica se mostraban de un color ligeramente anaranjado, los 36 grados de los informativos de hoy se muestran con color rojo abrasador y números y mapas más grandes.
Mi amigo Arturo me ha pasado una grabación con cámara oculta a Charlie Chester, Director Técnico de la CNN en la que reconoce tener instrucciones de arriba para hacer del cambio climático el próximo Covid y seguir metiendo miedo a la gente a través de sus informativos.
Con la excusa del cambio climático se están diciendo barbaridades. Como algunos titulares de dudosos medios que hacen referencia a dudosos estudios que afirman que puede estar relacionado con los malos tratos o con la esterilidad en el hombre. Luego está el caso de los granjeros holandeses, que no verán en televisión, que se han visto afectados por nuevas normativas verdes, con la lucha contra el cambio climático como telón de fondo. Se han visto obligados a salir estas semanas pasadas a las carreteras a manifestarse con sus tractores porque, para cumplirlas, debían abandonar gran parte de su actividad y hacerla inviable. Acto seguido, el gobierno se ha apresurado a realizar ofertas de compra de sus ganaderías con precios a la baja. No poseerán nada pero serán felices.
Sea como fuere, siempre ha habido cambios climáticos en la historia de nuestro planeta y, tenga que ver o no la mano del hombre (y la mujer), hay que cuidar nuestro entorno como cuidamos nuestros hogares. Plantemos árboles, adoptemos animales, cerremos el grifo o apaguemos la luz si no es necesario y no tiremos basura al campo o al mar. Pero no permitan que, con la excusa del mismo, unos ganen y otros perdamos. Y, sobre todo, no sucumba a la trampa del miedo y no tome decisiones erróneas.
Le dirán que dosifique la temperatura de sus aires acondicionados, que vaya en bicicleta al trabajo, que no coma carne (abiertamente dicen que la ganadería es uno de los mayores contaminantes de la atmósfera) o que desenchufe el cargador del móvil si no lo utiliza. Le dirán cómo vivir o puede que le obliguen a vivir de una determinada manera pero no caiga en la trampa del miedo. Bastante hemos tenido ya. Su casa no vivirá entre pececillos en los próximos años.
Tras el verano no se hablará de calor, sino todo lo contrario. Se hablará de frío, mucho frío porque, a este paso, nos van a faltar recursos para calentarnos si Rusia corta el gas a los alemanes, motor de nuestra economía turística.
Como el mensaje del cambio climático es estacional, veremos con qué cepa nos sorprenden el próximo invierno con el otro producto estacional estrella como es el virus. Verán como en octubre les dirán que cuidado y que “Winter is coming”. En ese momento nos habremos olvidado del calentamiento global hasta la próxima primavera en que lo volverán a recordar.
In memoriam Miguel Balaguer.