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Guerra cultural

Por Francisco Gilet
miércoles 09 de septiembre de 2020, 01:00h

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Fue Maquiavelo quien afirmó que “El príncipe siempre encuentra una buena razón para incumplir sus promesas”. La causa de tales mutaciones de opinión se halla en la propia esencia del príncipe; alcanzar y mantenerse en el poder. El camino se emprende y hasta lograr llegar a la cima, todos los inconvenientes deben salvarse, obviarse o gambetearse sin escrúpulo alguno. El fin justifica todos los medios para quién se considera nacido para liderar, no una nación, sino las conciencias, las libertades y los derechos de la ciudadanía. Los escenarios cambian a voluntad y según las necesidades. Ayer se menospreciaba a quien, hoy, se abraza como socio preminente. Ayer se descalificaba a quién, hoy, se jalea como imprescindible. Ayer se hablaba de unidad, hoy, se impulsa el maniqueísmo inmisericorde.

Cayetana Álvarez de Toledo se atrevió a poner el dedo en la llaga, es decir, a expresar que nos hallamos ante una guerra cultural que el socialismo y sus socios y edecanes, están ganando desde hace años. Ya se ha dejado atrás el “Es la política, estúpido” que aupó a Clinton a la presidencia, para implantar entre todos los pasillos ministeriales otro grito “Son las emociones”, sin sustántivo para no herir sensibilidades. Emociones que se crean, se instauran desde el maniqueísmo cultural, que viene a significar que todo cuanto se aleja del pensamiento, la palabra, el deseo del líder es obsoleto, es anacrónico, es absoluta y políticamente incorrecto. Ivan Redondo, gran autor de la teoría, lo dejó plasmado en su afirmación leída; “El voto ya no se piensa, se siente”. Y para que ello suceda, el ciudadano debe encontrarse en un estado psíquico de semi parálisis mental. Ya no cabe, para el nuevo orden político de Redondo y de su gobierno, que el ciudadano se plantee qué es lo mejor para alcanzar su propio bienestar. No, lo que debe lograrse es que el futuro votante sienta la sensación de que con tal o cual sentimiento alcanzará el nirvana existencial. El mundo de la economía individual, familiar, ya ha quedado en un segundo término ante la promesa de un el Ingreso Mínimo Vital (IMV), aunque haya resultado completamente ineficaz. Pero, ello no es ya la cuestión. La emoción surgida de la promesa ha sido sustituida por el anuncio de una gran subvención de 140.000 millones de euros, a manejar por el lobby del Ibex y, naturalmente, por Ivan Redondo. Este hombre, de gran capacidad intelectual, sin duda, pero de una ambición absolutamente desmedida de poder, está logrando que el gobierno sea un títere al arrebato de sus sentimientos y emociones. Ha hallado, además, un personaje insípido, de escasa altura intelectual, sentimentalmente manejable, y tan o más repleto de ansia de poder que no ve más allá de su objetivo; apropiarse de todo cuanto espacio representa el Estado, desde la Jefatura hasta el último de los jueces que pueden bloquear sus intenciones.

Sentimientos que se provocan en el ciudadano con anuncios y promesas, pero también con acciones y leyes, o mejor Decretos. El confinamiento, término militar y no sanitario, suplantador del apropiado “aislamiento”, ha sido la excusa perfecta para implantar en todo el territorio las tres emociones que florecen en esa campaña perenne electoral instaurada desde Moncloa; el miedo, el rechazo y la esperanza. El manejo de datos surgidos de la pandemia es un perfecto ejemplo. Somos el país con más muertes por el virus y el país menos trasparente en su información. Los colegios abran sus aulas con protocolos surgidos el último lunes, después de múltiples vaivenes. El padre, la madre, están ansiosos, tienen miedo, mientras los negacionistas se manifiestan rechazando el uso de las mascarillas. Es el maniqueísmo deseado; buenos, nosotros, malos, los demás. Estimular tal escenario no ha sido difícil. La exhumación de Franco, la implantación obligatoria de la ideología de género, el guerra civilismo con sus fosas, la nueva ley de memoria histórica, ahora «democrática», confrontación de república y monarquía, la equidistancia entre víctimas y asesinos etarras, la ley de eutanasia, el feminismo radical, las trabas al culto católico, los incentivos a la enseñanza del islamismo, la desidia ante la invasión de pateras, la incentivación de los ataques a la propiedad por las ocupaciones, son las “estrategias de la guerra cultural” que, con gran pasividad en las filas de la oposición, se están ejecutando milimétricamente por parte de un gobierno duplicado; el que se sienta en la mesa del consejo de ministros, y el que se sienta en las estancias del gabinete de la Moncloa. El figurante lo preside el ególatra Sánchez, el real, el pragmático Redondo. Los dos con el mismo objetivo; hacer del ciudadano un ser emocionalmente perfecto de encefalograma plano. El estado del bienestar ha muerto, ahora debe implantarse el sentimiento de supuesta felicidad, acompañada de la genuflexión ante el artífice de dicha emoción.

Entretanto, frente a fracasadas medidas cual el IMV, complemento para rentas menesterosas, en Alemania 4.300 millones de euros serán destinados al «bono coronavirus», aparte el Kindergeld, para 18 millones de niños alemanes, los dos gobiernos de nuestro país, siguen encaminando sus pasos al levantamiento de empatías y pasiones, junto con el abatimiento de la oposición apedreada con sus defectos y su nulidad de ideales. La división, maniquea, fanática y rasgadora de la sociedad se está logrando no con el sable, sino provocando sentimientos y emociones que aplasten a la persona hasta convertirla en un mero instrumento del Estado. Nos aproximamos al poder absoluto del individuo-Estado, y más allá no habrá ley que lo controle. Es Lenin resucitado; «el miedo es importante, pero más lo es el control».

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