Hace unos días se ha acabado oficialmente el rescate de Grecia. Desde esta semana el país heleno ya no está sometido al control económico de la UE (Unión Europea), el BCE (Banco Central Europeo) y el FMI (Fondo Monetario Internacional), la consabida Troika. Tanto el gobierno griego como la Comisión Europea se han apresurado a congratularse por el acontecimiento, incluso con un cierto punto de euforia por parte de Atenas.
Y sin embargo, ¿qué panorama le espera a Grecia, a los ciudadanos griegos, a partir de ahora? El país tiene una deuda descomunal, que condicionará la política y la vida de los griegos durante generaciones. Tendrá que acudir a los mercados internacionales de crédito para financiar su déficit, generando más deuda y no es seguro que el crecimiento del PIB pueda ser suficiente para compensarlo e ir reduciéndola, más bien, al menos a corto plazo, parece que lo más probable es que empeore, lo que liquida toda esperanza de los ciudadanos de que mejoren los servicios y las prestaciones sociales, lo que es particularmente dramático para los pensionistas.
Con la educación y la sanidad públicas semidesguazadas, las infraestructuras abandonadas, los servicios públicos en precario, un paro que, es verdad, ha bajado del 28 al 20 %, a base de empleos en precario y sueldos miserables, un paro juvenil del 60 % y unas pensiones reducidas a la mitad o menos de las de hace quince años, las perspectivas de Grecia son tan aterradoras como antes del fin del rescate, pero, eso sí, los bancos alemanes y franceses y otros inversores internacionales, se han asegurado el cobro de la deuda soberana griega en su poder.
Grecia no va a poder ofrecer a sus ciudadanos ninguna mejora a sus perspectivas actuales, más bien al contrario, durante mucho tiempo, y va a sufrir una enorme sangría de su recurso más preciado, sus jóvenes, que se van a ver obligados, ya está pasando en los últimos años, a emigrar en busca de lo que su país no puede darles, un futuro. Y sus pensionistas no van a poder sino resignarse a malsobrevivir con unas pensiones impropias de un país de la UE y siempre bajo la espada de Damocles de posibles nuevos recortes, y con una asistencia sanitaria y social en ruinas, indignas de un país desarrollado.
Por supuesto que los culpables de la situación actual son los gobiernos griegos de los años ochenta y noventa, que se dedicaron a despilfarrar, embolsándose una parte de paso, los recursos generados por el país y las cuantiosas transferencias de la UE y, lo que es peor, falsearon las cuentas para ocultar la realidad de la situación económica del país, a lo que les ayudaron algunos expertos relacionados con empresas internacionales de calificación e inversión, hasta que la situación se hizo insostenible, todo estalló y el cielo se desplomó sobre los griegos.
Una tragedia griega en toda regla, muy propia de la cuna de nuestra civilización europea. Tal parece que las Erinias, las diosas vengadoras de los delitos hayan castigado a los griegos, persiguiéndoles con saña, como persiguen a Orestes en la tragedia de Esquilo “las Euménides”. Esperemos que Atenea se apiade de los griegos e interceda ante las erinias para que suavicen el castigo del pueblo heleno. Desgraciadamente, no parece que los griegos puedan confiar en ninguna otra ayuda externa, así que tendrán que encomendarse a su propio esfuerzo, resistencia y energía y procurar no volver a confiar en políticos incompetentes, corruptos y mendaces.
Y que no caigan en la tentación de votar a la extrema derecha populista, racista y xenófoba, a los fascistas de Alba Dorada, lo que es un peligro muy real en una población desesperada, desencantada y furiosa contra sus políticos y contra las instituciones europeas.
Y nosotros no deberíamos estar demasiado tranquilos, teniendo en cuenta la altísima exposición de nuestros principales bancos a las economías de algunos países que no gozan precisamente de perspectivas muy halagüeñas, como Turquía, Brasil o Argentina.