Necesitados como agua de mayo de la vuelta de turistas y con más ganas que nunca de viajar, al gobierno central no se le ocurre nada mejor que proponer a Bruselas la aplicación de un impuesto a los billetes de avión. La excusa, desincentivar al uso de ese medio de transporte para apostar por otros más sostenibles.
La idea no se les ocurrió cuando había millones de vuelos diarios en todos los aeropuertos no, pretenden implantarla ahora, en plena crisis y apuntando a la línea de flotación del motor económico. Podríamos pensar que la idea arrancó cuando todo iba bien y España era uno de los líderes en turismo mundial pero no, se lanzó cuando Wuhan ya se había confinado y en Italia los casos se disparaban. La idea sigue en marcha y no se aparca.
La economía nacional depende del turismo y de la visita de los foráneos. Que me expliquen cómo quieren fomentar que vengan visitantes de otros países encareciendo el billete de avión. Un billete que, debido a la bajada de la demanda, al aumento del peso de los costes fijos por asiento ofertado y al mayor endeudamiento de las líneas aéreas, tiene todos los números de ser más caro que antes de la pandemia. En caso contrario, las aerolíneas no sobrevivirán.
La gente viajará menos, no solo por el encarecimiento de los billetes, sino también porque han aparecido productos sustitutivos a los desplazamientos en avión: la democratización de la videoconferencia, el teletrabajo y las compras online. Mientras la realidad virtual no sea un sustituto perfecto, solo se viajará por ocio y para el disfrute de vacaciones.
Si la gente viaja menos, la rentabilidad de las líneas aéreas se verá en entredicho. Por un lado el Estado rescató o avaló líneas aéreas y con este impuesto lastra su actividad.
Pendientes de la reactivación del turismo se encuentran casi todas las ramas de actividad que, de manera directa o indirecta, dependen de las divisas de los turistas. En lugar de fomentar los viajes, este impuesto pretende desincentivarlos. Se someterá a los turistas a una doble ecotasa: la de cuando vuelan y la de los hoteles en los que se hospedan. La paradoja vendrá para los isleños: por un lado suben el billete y por otro lo bajan aplicando el descuento por residente.
Este impuesto es muy inoportuno. Va contra la lógica económica de la recuperación. Pero no solo. También va contra la lógica social. Una sociedad que ha pasado por un confinamiento, por un estado de alarma con toque de queda y restricciones múltiples, necesita más que nunca salir y viajar para recuperar el bienestar perdido. Se trata de salir y traspasar barreras físicas y mentales. Nada mejor que un buen viaje con familiares o amigos para sacudir tensiones y ansiedades acumuladas durante este último año.
Los viajes no deben frenarse. Deben fomentarse. Por el bien de todos.