Elecciones en noviembre. Así será porque Sánchez y los próximos lo decidieron a las pocas horas de celebradas las de abril. La perspectiva que se presenta puede ser muy variada, y variable. Ciudadanos españoles, esperanzados, los habrá que aguardarán que el 10-N contemple un castigo ejemplar para el hombre que ha gobernado en funciones durante meses, sin una ley y sí muchos decretos leyes. Otros, hartos, ni se aproximarán a las urnas, dejándolo todo a la voluntad de los restantes. Y un tercer grupo, también esperanzado, soñará con qué su estatus personal no solamente se mantenga, sino que mejore, fruto del resultado electoral. Las encuestas no aclaran nada, sino todo lo contrario. En alguna medida, el hartazgo del español no es tanto hacia el acto de votar, sino hacia los políticos que le ponen ante la tesitura de tener que hacerlo. Ese hartazgo nace de la sensación de sentirse engañado tanto por el obcecado en no pactar, como por el gestionar los tiempos para llegar al día de las urnas.
Resulta francamente difícil imaginar sentados en la mesa del consejo de ministros, codo con codo, a Sánchez bien con Iglesias, bien con Rivera. De Casado o de Abascal, ni se habla. Sin embargo, lo seguro, lo absolutamente cierto es que el ególatra Sánchez, con sus consejeros y politólogos, no va a lograr una mayoría suficiente para formar ejecutivo y gobernar, sin que alguien le quite el sueño. Y, hasta el momento, operación Errejón incluida, no ha dado un solo paso para que el tocayo del fundador de su partido esté en condiciones «sentimentales» para facilitarle la investidura. No cabe duda de que, Sánchez ha echado mano de la estrategia de «tierra quemada» para evitar que Pablo Manuel le pueda exigir no un ministerio, sino una simple dirección general.
Del socialdemócrata Rivera, de iguales términos podríamos echar mano. Es más, da la impresión de que la inquina no es programática, sino personal. No se miran, no se dan la mano, no se sonríen. La aproximación y el encuentro entre ambos personajes, Sánchez y Rivera, precisa de un puente más largo que el Dnyang-Kunshan chino. Estos dos personajes han pasado de firmar 210 medidas para salvar España a no cogerse el teléfono. Es decir, que nos hallamos, una vez más, ante un diálogo de egos, de superegos, con un mono tema, «yo más».
La obcecación de Sánchez, con influencias nefastas venidas del frio, ha convertido a su personaje en un ser-espejo. Su conducta, sus acciones, sus peroratas siempre dan la impresión de haber sido ensayadas previamente ante un espejo, para contemplarse y ser contemplado, para recibir la aprobación de sus acólitos. Está tan engreído de sí mismo como convencido de que los «viernes sociales» le elevarán al sillón presidencial. Para ello no ha tenido recato alguno en echar mano de todos los resortes del Estado y sus confluencias para convencer a los indecisos y confirmar a los decididos acerca de las bondades, presentes y futuras, de su política. Sánchez tiene tal confianza en sí mismo y en TVE, la Sexta, la SER, la Cuatro, el País, etc., que se ha permitido dejar trascurrir meses de gobierno, sin una sola propuesta dirigida a la totalidad de la sociedad. Ha actuado puntualmente sobre los pozos de votos que ya tenía calificados como seguros y para captar otros menos decididos. Su empeño sería encomiable si lo dirigiese al bien común y no al provecho propio. Sin embargo, así es el hombre y no será Begoña quién lo cambie. Al fin y al cabo, a ella también le gustan las cosas tal como están.
Sin embargo, lo que se le aproxima igual no es tan halagüeño como pudiera prever. Si no se alcanza esa mayoría suficiente por parte del socialismo, formar gobierno le representará tener que dormir con su enemigo, sea Iglesias, sea Rivera, con o sin el PNV o Bildu, ya que no se vislumbra que ese bluf político llamado Errejón pueda darle la resistencia suficiente para poder dormir solo y tranquilo. Y téngase presente que es en las propias filas en donde se hallan los cuchillos más largos. De ello sabe mucho el Pablo Manuel. Si Sánchez no alcanza la mayoría suficiente para distribuir poder y colocación entre sus filas, ni la espectacular exhumación de Franco le librará de las cuchilladas traperas que surjan de sus propios colegas. De todos es sabido que el gobierno, desgasta, pero la oposición, más.