Un club como el Mallorca al que una inversión ajena con muchos matices sacó de la ruina en el mes de enero, no debería permitirse ciertos lujos. En estos momentos y sólo en gastos que desde fuera parecen supérfluos, se va un dinero importante que a ningún empresario, y Robert Sarver lo es, le gusta consentir. Uno de ellos el salario de un director deportivo que no ejerce y que supera los ciento cincuenta mil euros al año, los ochenta y cuatro mil para la edición de un boletín que se distribuye gratuitamente en el estadio los días de partido o los sesenta mil destinados a una embajada absolutamente innecesaria toda vez que el consejero delegado, Maheta Molango, asume casi todas las funciones de representación. Además se da una evidente duplicidad en los departamentos de comunicación y prensa, como una herencia dejada por Utz Claassen para colocar a un antiguo colaborador de Pedro Terrasa y adscrito hasta hace poco a la misma empresa que edita la revistilla en cuestión. Ya no entro en la semanita de viaje a Inglaterra de los responsables del fútbol base o los cuatro desplazamientos a Phoenix de la próxima semana. A este paso los veinte millones inyectados por el banquero de Arizona van a durar muy poco, aunque tanto dispendio explica por qué en el mercado de invierno apenas se destinaron seiscientos cincuenta mil euros a la contratación de jugadores para reforzar una plantilla que entonces aún tenía opciones de alcanzar el play off.
Sorprende la ausencia de crítica en relación a este y otros detalles más o menos importante. Ahora todo el mundo es bueno tanto en Son Moix como en el Atlético Baleares cuando el único punto en común de ambos eternos rivales, es la presencia de accionistas, mayoritarios o minoritarios, de origen teutón. ¿Será por eso?.