Hay que reconocer que esta primavera está resultando de lo más caprichosa climatológicamente hablando. En nuestras maravillosas Illes Balears, acostumbrados a pasar de un día para el otro de 15 a 25 grados, dando por iniciado el verano a todos los efectos hasta bien entrado el mes de octubre, nos encontramos ahora con una situación a la que no estamos acostumbrados. Efectivamente, la aplicación del tiempo de nuestro móvil, esa gran desconocida en el caso de nuestras islas desde principios de mayo, se ha tornado instrumento esencial para ver qué nos depara la meteorología diaria, juguetona como nunca. Es levantarse por la mañana y echar ese primer vistazo a la previsión que nos prepara el canal televisivo de turno, supervisado con todo detenimiento con el teléfono, no vaya a ser que uno de los dos no atine.
Hasta tal punto está extraña la cosa que incluso han aparecido junto a nuestras costas las tan comentadas carabelas portuguesas, que como ya empezamos a saber todos, aunque parezcan medusas, no son tal , sino más bien colonias de diferentes organismos que se dedican a distintas funciones para mantener viva su colonia. Eso sí, hablamos de un conjunto de organismos que no hacen ningún bien por aquí, pues su picadura es peligrosa y muy dolorosa. Debe consolarnos el hecho de que, según parece, su aparición se ha debido precisamente, a las baja temperatura del agua por estas fechas, algo que, dicho sea de paso, no es habitual. Por supuesto que habrá que andar con ojo con semejantes visitantes, si bien es cierto que la probabilidad de que piquen a un “illenc” o a un residente de los de toda la vida son más bien escasas porque, no nos engañemos, para nosotros (excepción hecha de mi madre y de algún otro valiente), todavía no está el agua a esa temperatura tan característica (situación de “precaldo”) que nos señala las condiciones óptimas para el baño.
Eso sí, estando ya rozando el mes de junio…¡qué ganas tenemos de verano! Sí, sí…aunque luego no sepamos qué hacer con tanta arena en el coche, en casa, dentro del bañador…por todas partes; aunque las noches de agosto nuestra cama parezca un horno pirolítico de última generación; a pesar de conocer pocas cosas más insoportables en el mundo que el zumbido de un mosquito cuando estás a punto de conciliar el sueño en el horno antes citado. Efectivamente, dejando esos pequeños detalles al margen, qué maravilloso es el verano. De repente, en el trabajo, en esa pequeña retención que en breve tornará atasco, nos basta un instante para trasladarnos mentalmente a ese maravilloso chiringuito, a ese bañito en esas aguas únicas en el mundo, a ese atardecer en que el sabor a sal, el brillo de la arena y el sol nos recuerdan que vivimos en el paraíso.
Lo reconozco, me considero una persona que trato de ver el lado positivo a todo. Me encanta la luz tenue y cálida de Palma en otoño, me relaja una lluviosa tarde de invierno en casa en el calor del hogar y me apasionan los colores que pueden descubrirse cuando asoma la primavera. Todas las estaciones son necesarias a fin de que la naturaleza juegue su papel a la hora de darnos maravillosos frutos y productos varios y todas ellas tienen su magia. Ahora bien, nada como el verano; nada como ese maravilloso color azul en el cielo, único en el mundo; y nada como esa sobremesa en que el tiempo carece de toda importancia. Por supuesto que, para gustos los colores, pero me quedo con las palabras del escritor y periodista italiano Ennio Flaiano: “No hay más que una estación: el verano. Tan hermoso que las otras giran alrededor. El otoño lo recuerda, el invierno lo invoca, la primavera lo envidia e intenta puerilmente arruinarlo”.