La noche de las elecciones acostumbra a ser un momento paradójico en el que, sorprendentemente, todos han ganado. Los candidatos lucen sus sonrisas más cínicas y se dirigen a su parroquia para intentarles convencer de que lo que han conseguido es “histórico”. A pesar de esta soberana falta de respeto intelectual a los electores, lo cierto es que en política ganar no siempre es sinónimo de vencer porque en democracia vence quien gobierna.
El pasado domingo, Feijóo cosechó un resultado con el que rescata al PP de permanecer en la tabla baja. Sus 137 escaños (incluyendo el de UPN) son los mismos que obtuvo Rajoy en 2016, pero esta vez no servirán para llevar a otro gallego a la Moncloa. Subir nada menos que 47 diputados es un logro, pero un ‘bluff’ en relación a las expectativas generadas. También constituyen una sorpresa a tenor de lo que auguraban las encuestas. Hay múltiples causas, pero es evidente que la derecha se ha confiado y la izquierda ha reaccionado ante la debacle electoral de la que venían en mayo.
La campaña de Feijóo no ha podido ser más gallega: inconsistente, sin mensajes claros y sin plantear soluciones concretas más allá de los típicos mantras de carajillo. Enfrente se ha topado con un Sánchez que ha sabido encasillarle en la mentira (cree el ladrón que son todos de su condición) y reivindicarse como el mesías que salvará a España de las garras de la ultraderecha. Con una presencia mediática certera, Sánchez ha sabido movilizar a los suyos y, no sólo aguantar, sino crecer en votos y en escaños. El hábil narciso monclovita dejará que su aturdido némesis se la pegue en dos investiduras fallidas con el consiguiente desgaste, abriendo el melón todavía demasiado verde de la división interna en el seno de los populares. Será entonces cuando decidirá si le conviene más ser investido con el apoyo de los nacionalistas o abocar a España a una repetición electoral que mejore su palmarés. A pesar del clamor por Ayuso, Feijóo es perro viejo y sabrá aguantar la embestida, calmando las aguas que ya se agitan por una sucesión que se antoja precipitada.
En Baleares los resultados nos dicen dos cosas: que un ibicenco puede ganarle a la todopoderosa Armengol y que el PP no debe desmarcarse de su carácter regionalista y moderado que encarna el tándem Prohens - Marí Bosó. La expresidenta del Govern vuelve a salir derrotada de las urnas, pero el avance en un diputado y el aguante de Sánchez prolongarán la carrera política de la baronesa que ya suena como ministra de turismo. Armengol se jugaba diluirse en la oposición o seguir en un candelero que sabe aprovechar muy bien. Se ha cambiado las tornas con Prohens, dado que ahora será la de Inca la que haga oposición en Baleares desde Madrid con la mirada puesta en volver al Consolat de Mar.
Estamos ante un escenario abierto que dará mucho juego político, dado que el Govern, si quiere sobrevivir, deberá ser un efectivo contrapeso a un gobierno central que insistirá en aumentar la presión fiscal, apostar por políticas de vivienda erráticas y colocar a todos los socialistas caídos en mayo. Mientrastanto, el PP nacional debe hacer autocrítica y entender que la plaza del populismo a la derecha ya está ocupada y si intentan emularla acabarán como la desdibujada Forza Italia del difunto Berlusconi o la desaparecida democracia cristiana de Giulio Andreotti. El PP no sólo gana, sino que vence cuando se centra en las soluciones, en detrimento del relato. La Moncloa se recupera desde los cañones que tienen en las autonomías. Ahora tienen tiempo de preparar la carga que derrumbe la a priori infranqueable muralla del soberano Sánchez.
Juan Carlos Rodríguez TurAbogado