“La ganaremos con empatía y unidad”, ese el lema que nos está endosando cada dos por tres en sus plastas comparecencias el presidente del Gobierno. Empatía, o sea, la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos es lo que nos reclama desde el plasma, gesticulando y casi lloriqueando, pretendiendo dar la sensación de que todo está “bajo control”, como nos anunció Fernando Simón, unos días antes de ser permitido tanto la manifestación del 8-M, el mitin de Vista Alegre o los partidos de futbol. Todo estaba bajo control, y, encima, el gobierno estaba preparado para afrontar una pandemia. Y, así sigue, el hombre que es incapaz de trasmitir algo que no sea ambición y retención de poder. No hay empatía más allá de toda la parafernalia estudiada hasta el último detalle. Y la razón de tal falta no es, sino que Sánchez no trasmite lo que no tiene, fe. El no está al frente de un gobierno para hacer domeñar al desastre, sino para sobre vivir. Y para ello es capaz de usar de todos los medios, incluido la censura, la vigilancia ciudadana, la mentira. Las informaciones de autocomplacencia, sus frases conteniendo supuestos éxitos, logros, los anuncios de más laureles, son una completa falacia ante las noticias que surgen día sí, día también, anunciando que ni tan siquiera son capaces de adquirir e importar el material necesario para hacer frente a la pandemia.
Es el hombre sin peine, Fernando Simón, el que alude a que el incremento en 24 horas del 20% de infectados puede ser debido a la carencia de material. Una débil autocritica que no va más allá de una ligera referencia al fondo de toda esa crisis; la incompetencia. Aunque, ello no es nombrable, pues, según el gobierno hacer crítica del ejecutivo es caer en un delito de odio. No hay odio contra nadie, ni contra nada, lo que hay es un tremendo sentimiento de dolor ante las noticias de defunciones o ante el hallazgo de ancianos en una residencia muertos en sus camas. Y ni una palabra desde Moncloa, ampliando su silencio respecto a todas aquellas preguntas que pueden ser indiciarias de esa ambiciosa incompetencia. Silencios que alcanzan al estado de miembros del gobierno, asistentes a esa manifestación en la cual “le iba la vida”, ahora infectados y que, con todo el rostro, se acogen a la sanidad privada, cuando llevan años despotricando contra ella, como supuesta causante de todos los males.
Y mientras esto y más sucede, al descubierto o cubierto bajo diez mantas de mentira, una iniciativa de esta isla sí ha gozado de la respuesta plena de empatía. Un llamamiento a la población mallorquina a consumir productos agrícolas isleños ha pulsado el espíritu de solidaridad y colapsado teléfonos, buzón de correo y wasap de la empresa. No podrá cumplir el responsable de la iniciativa dentro del plazo anunciado, pero ello tampoco es un problema. El campo mallorquín ha recibido la respuesta de las familias de la isla al surgir de una llamada llena de fe en su esfuerzo y de esperanza en la respuesta. Ninguna de ambas virtudes brota de las horas y horas de rollo que nos endosa el presidente del gobierno.
Un presidente que, ni él, ni su desquiciado Ivan, se ha planteado por un instante deshacerse del comunismo que se sienta en el consejo, logrando de paso recortar esa lista de 23 ministros y sus consiguientes secretarios, directores, asesores, con disminución de las nóminas. No, él y su socio preferente piden sacrificios al pueblo, pero ellos no reducen ni un solo cargo ni un solo euro. Dejar de lado al comunista faltón y formar un gabinete de crisis con el PP y C,s, daría a entender al ciudadano que el interés perseguido no es salvar a su gobierno, sino a la población, la cual sufre no solamente de un virus sino de un desgobierno surgido de la incompetencia. Un gabinete de crisis que dejaría de lado ideologías partidistas y trabajaría, en verdadera unión, en defensa de los ciudadanos, de los infectados, de los sanitarios, de los médicos, de los policías, de los técnicos de ambulancia, de todo el conjunto de la sociedad.
Sin embargo, para llegar a tal decisión se precisa de altura de miras, de fuste de verdadero gobernante, de sinceridad intima, de franca autocritica y de profundo reconocimiento de que de la unión surge la fuerza para vencer a un adversario al cual se infravalorado y que es mucho más letal de lo imaginado. Tal gesto sí llegaría con empatía al ciudadano y le daría nuevos ánimos para continuar aportando su sacrificio en el camino hacia la derrota del adversario, esperanzado en que, más pronto que tarde, recuperaremos tiempos de alegría y fiesta.