Los programas deportivos de televisión han provocado la irrupción de lo que Javier Irureta definió acertadamente como el “fútbol rosa”. Muchas veces importa más la “tableta” de Cristiano Ronaldo que su juego o, en el caso del Mallorca, los fastos del centenario antes que su precaria clasificación. Una imprudente actualidad
Ahora las declaraciones del brasileño Conçeiçao, Anderson, al contar que en la charla previa al Mallorca-Athletic del 2013 (0-1), Joaquín Caparrós exhibió treinta segundos de un vídeo porno para motivar a sus jugadores, ha dado la vuelta al mundo, con matices que pretenden rozar el escándalo. Fútbol y sexo unidos jamás serán vencidos.
Pero no es para tanto. En cierta ocasión un acreditado técnico me decía que la mitad de cada partido se ganaba en el vestuario a través de la motivación previa al compromiso. Y cada maestrillo con su librillo. Pep Guardiola les hacía escuchar a Coldplay por la megafonía del autocar y un entrenador húngaro de natación, cuyo nombre ahora no recuerdo, recomendaba a sus pupilos masturbarse para rebajar tensiones antes de tirarse a la piscina.
Sin duda la intención del entonces preparador mallorquinista no apuntaba en esa dirección. Supongo que intentó hallar un elemento de sorpresa capaz de despertar el ánimo de sus futbolistas que se hallaban sólo un punto por encima de un descenso que, finalmente, se consumó.
Pero ya digo, no hay por qué escandalizarse. Las relaciones sexuales de los deportistas en períodos de concentración han sido debatidas en numerosas ocasiones y aconsejadas o desaconsejadas en la misma proporción. Unos se inclinan por la proximidad de esposas y novias y otros por una reclusión monacal. No hay estadísticas precisas que avalen ninguna teoría y mi experiencia dicta que cada cual se las apaña como quiere o puede. En todo caso me temo que, sin mayor importancia, el ex-central del Mallorca que hoy juega en los Estados Unidos, ha traicionado un código ético por el que todo lo que sucede en un vestuario, se queda en el vestuario. Un mal ejemplo.