La pasada semana les decía que eran momentos difíciles y creo que me quedé corto; estamos en guerra contra un enemigo extraño que lo primero que hace es castigar a nuestra primera línea sanitaria. Es una guerra atípica sin balas ni misiles pero que se introduce en el interior de la sociedad para destruir nuestro sistema sanitario y después la población.
Creo que no es momento de hacer tremendismo, para eso basta que se sobreexpongan a las televisiones mayoristas y se irán deprimidos a dormir; así de sencillo. No vean tanta televisión o si lo hacen que sea algo que nada tenga que ver con el dramatismo que estamos viviendo en este momento y que va para largo; evádanse con los programas, series o películas que sean de su gusto pero no consuman todo el día coronavirus. No sean morbosos que les acabará pasando factura.
Tenemos mucho tiempo para pensar y según el uso que hagamos del mismo pueden surtir muchos efectos o muchas consecuencias; es necesario que los pensamientos sean positivos e ilusionantes, y sobre todo realizables a largo plazo.
Piensen en con quien se van a tomar esa cervecita en una terraza en cuanto se levante el estado de alarma, seguro que será capaz de paladearla varias veces, con su espuma y su copa helada, con los cacahuetes salados por cuenta de la casa, será un lujo por euro y medio, en esa terraza con ruido y humo de coches pero con esa persona a la que habremos estrujado con un coral abrazo.
Esa distancia insalvable de un metro se extinguirá como lo hará ese virus que nos tiene en cuarentena; y podremos volver a besarnos y a abrazarnos, incluso a soportar, con cierto humor ese amigo que escupe cuando habla y que ahora sabremos que no nos contagia nada, aunque de verdad nos siga molestando.
Piensen una cosa, la mayor inversión que hacemos en nuestra vida suele ser la compra de una vivienda; contraemos un pesado crédito hipotecario a treinta años y apenas disfrutamos del hogar por motivos de trabajo, esencialmente. Ahora tenemos una oportunidad de oro para disfrutarla, para saber que con esa compra no nos equivocamos, que no tenemos una casa, que tenemos un hogar, que somos capaces de disfrutarlo y no sólo de hospedarnos en él.
Hagan planes, generen ilusiones, piensen en proyectos personales, familiares o profesionales, denles forma y piensen que después de esta pandemia saldrá el sol, hará calor como cada verano pero este será diferente, lo disfrutaremos de una manera especial y cada rayo de sol será como una bendición. No perdamos la esperanza.
Ya puestos a contar les diré que yo me veo cuando haya pasado todo esto y recuperemos esas rutinas de las que a veces renegamos, en Venecia, en la Piazza di San Marco, en el Café Florián, dejaré que me cobren diez o doce euros por un expreso porque estaré ahí con las personas que más quiero en este mundo, mis hijos. Será una Plaza de San Marcos colapsada de turistas que como nosotros tiene necesidad de salir, ruidosa, en una Venecia con unas aguas turbias después de estos días de paz y transparencia, y sonará un piano en el Florián con música italiana mientras que oiremos a gritos algún gondolero cantar una napolitana para alguna pareja de enamorados que han elegido ese destino para ratificar su amor.
Lo que viviremos en esa plaza en esa hora del café será la constatación de que no hemos aprendido nada de esta crisis, que la memoria colectiva es muy corta y que en España hubo un presidente que con sus discursos se creía Churchill pero que no pasaba de presidente de una comunidad de propietarios y que fue destituido por aclamación popular por su manifiesta incapacidad y entenderemos que cada uno debe estar en el puesto del que es capaz. Que pasen un feliz día de confinamiento.