Mi asiduo lector Francisco Rivas Portillo, de Málaga -muchas gracias, Francisco por tu aguante-, me recuerda el artículo que escribí el año pasado por estas fechas, haciendo balance del curso 2019-2020: “sólo puede ser malo, muy malo: gobierno de extrema izquierda y epidemia, catástrofe asegurada”.
Entonces criticaba el acuerdo sobre los fondos europeos (un año después, no ha habido grandes avances) y lamentaba el exilio forzado del Rey Juan Carlos I (un año después, no ha habido grandes avances). Recordaba también la exhumación de Franco. En esto sí ha habido avances: anuncian la exhumación de José Antonio. Como dijo alguien en Twitter, si hubieran profanado ambas tumbas a la vez habría sido una película, no una serie, que es lo verdaderamente rentable. Como saben los separatistas, que llevan unas cuarenta temporadas.
“Nos ocupan con debates absurdos y nos dividen, (…) [mientras] van avanzando con sus leyes de educación, universidades, regando chiringuitos, repartiendo subvenciones, acrecentando las redes clientelares que les garantizarán la reelección.” Ciertamente, en este aspecto Sánchez lo ha bordado: este curso nos ha obsequiado con leyes como la Celaá, la de eutanasia, la Ley Trans, la del ‘sólo sí es sí’, y acaban de presentar la de Memoria Democrática. Cada una de ellas, un torpedo a la línea de flotación de la sociedad tal como la conocemos, pues se dirigen a transformarla radicalmente. Con especial énfasis en la educación, cada vez más adoctrinadora; pero también en las costumbres, hasta en lo más íntimo: sexualidad, cuidado de los mayores y enfermos.
Ayer tuve ocasión de ver una interesante ponencia de Jorge Vilches y Almudena Negro, autores del libro “La tentación totalitaria”, en la universidad de verano organizada por Civismo. Copio de la reseña del libro: “se trata de la tentación totalitaria que acompaña a toda ideología izquierdista y enumeran los pasos del citado proceso: colonización del Estado y sus instituciones, cambio de leyes y códigos para satisfacer a sus socios «golpistas» e independentistas, asunción del discurso contra el orden constitucional, marginación a la oposición hasta tildarla de enemiga de la voluntad general y de la propia democracia, control de los medios de comunicación así como de la educación, erradicación de la independencia del poder judicial, ataque a la Corona y exhalación de un discurso violento”.
Me recuerda a la añorada Segunda República, donde no se aceptaba que la derecha pudiera ostentar el poder. Y por ello no se respetan las reglas del juego democrático, que se basa en la alternancia, sino que una vez que se alcanza el poder se desencadenan toda una serie de procesos al margen de la legalidad para perpetuarse en él. Y lo peor es que no es un proceso local, sino que observamos que es global: acabamos de ver lo que sucede en Perú y Chile, y en este curso hemos tenido también el episodio de las traumáticas elecciones estadounidenses. De todo ello concluimos que las democracias liberales penden de un hilo.
Como dice Francisco José Contreras (y Hayek) en otra brillante ponencia del mismo campus, nuestra democracia liberal es como una delicada planta exótica que requiere un entorno muy concreto y unos cuidados constantes. La libertad es necesaria, dice, pero no suficiente. Hacen falta además ciertas virtudes generalizadas (laboriosidad, cumplimiento de la palabra dada, responsabilidad, capacidad de ahorro, etc.) y unas instituciones intermedias (familia, asociaciones, clubes, etc.) que forman una sociedad civil robusta. Debemos conceder a la organización social heredada de nuestros mayores una presunción (iuris tantum) de validez. Humildad que caracteriza al liberalismo conservador que defendemos. Todo lo contrario del adanismo izquierdista, que pretende temerariamente un hombre y una sociedad nuevos y utópicos. Con el peligro de que, siguiendo a Chesterton (y a Enrique García-Máiquez), tiren una columna que estaba ahí en medio, molestando sin propósito conocido, y acabe resultando que sostenía todo el edificio social. Como prueba la ridícula natalidad, que nos conduce a la extinción.
Respecto a la pandemia, asistimos en estos momentos a la imposición en muchos países del pasaporte Covid no ya para viajar, sino para entrar en comercios y restaurantes, mientras se impulsa la vacunación de los niños con unos productos que están demostrando una protección eficaz, pero relativa, junto con unos efectos adversos graves que plantean serias dudas en cuanto a beneficio-riesgo. De momento el Reino Unido ha decidido no vacunar a los menores. Resulta extraño el apoyo exagerado a las vacunas mientras se observan trabas inexplicables a los tratamientos.
Nos toca vivir ‘tiempos interesantes’. Ah, no todo ha sido malo: Pablo Iglesias se ha esfumado misteriosamente. Y su moño.