Esta semana hemos sabido de la existencia de un epidemia de sarampión en niños de la comunidad calvinista radical de Holanda, cuyos miembros se niegan a vacunar a sus hijos, basándose en su particular interpretación de la Biblia y de que las enfermedades forman parte de lo que ellos consideran es el plan maestro de Dios. Hay detectados algo más de 450 casos, pero podrían ser muchos más, ya que muchos miembros de esta comunidad no acuden al médico ni a los hospitales. Algunos de los niños están graves, con neumonía o encefalitis. No es la primera vez que ocurre algo similar. Hace unos quince años ya hubo una epidemia similar, con tres niños fallecidos y a principios de los 70 un brote de poliomielitis causó 5 muertos y cerca de 50 lisiados. El episodio actual ha reavivado la polémica acerca de la obligatoriedad de la vacunación, que en Holanda es voluntaria, aunque el 95 % sigue el calendario propuesto por las autoridades sanitarias. Se han vuelto a escuchar opiniones favorables a la instauración de la obligatoriedad de la vacunación, así como también acerca de los límites del derecho de los padres a decidir por sus hijos, cuando las decisiones pueden ser objetivamente perjudiciales para los menores. Algunos líderes religiosos de la comunidad calvinista ya han expresado su rotundo rechazo y su exigencia de respeto hacia sus creencias y decisiones de estilo de vida. No parece que en una sociedad tan liberal y tolerante como la holandesa se vaya a modificar la voluntariedad del calendario de vacunas, pero la polémica ha vuelto a poner de manifiesto la intransigencia de estos grupos radicales y la dificultad, por no decir imposibilidad, de dialogar con ellos; imposibilidad de dialogar con quien se considera legitimado por la verdad absoluta y, por tanto, no acepta ningún argumento que se desvíe lo más mínimo de su pensamiento. ¿Cómo se puede argumentar contra quien habla en nombre de Dios, cuando solo se habla desde el conocimiento humano?. Curiosamente, estos grupos reclaman de los demás respeto hacia sus creencias y hacia su libertad, respeto que no suelen estar dispuestos a practicar hacia los que no piensan como ellos, o, mejor dicho, no comparten su fanatismo religioso.
En Europa hoy en día solemos asociar la idea de intolerancia y extremismo de base religiosa sobre todo al radicalismo islamista y, en menor medida, a los grupos de judíos ultraortodoxos, olvidando que el fanatismo cristiano ha sido la causa de siglos de guerras interminables en nuestro continente, así como de uno de los sistemas organizados de terror, tortura y exterminio de disidentes más eficientes y duraderos, la inquisición. La intolerancia religiosa se ha aliado, tradicionalmente con el poder político, para mutuo beneficio de ambos. Un ejemplo muy reciente lo hemos tenido, para nuestra desgracia, en España en pleno siglo XX con el nacional-catolicismo instaurado por el régimen franquista y que, en cierta manera, era su misma esencia. Recordemos que Franco era caudillo de España por la gracia de Dios, nada menos.
La intolerancia y el fanatismo religiosos no están completamente erradicados de la sociedad europea y no solo por la existencia de estas sectas fanáticas minoritarias, algunas autóctonas europeas, otras importadas, sobre todo de los EE.UU., sino porque un cierto substrato de intransigencia sectaria está profundamente arraigado en el subconsciente colectivo de una gran parte de la población y la influencia de la religión y las iglesias es aun muy notoria en algunos políticos y partidos, especialmente entre los de ideología conservadora. La consecuencia más notoria y perjudicial para los ciudadanos, es la imposición, o el intento de imposición a toda la sociedad, del estilo vida que ellos consideran adecuado, con la consiguiente restricción o eliminación de derechos civiles.
Así tenemos países en los que el aborto es ilegal, otros, como España, en los que se cambia la ley para restringir ese derecho; países en los que no se acepta el matrimonio homosexual, otros, como España, donde al gobierno actual le gustaría derogar la legislación que lo permite. En un país tan laico y republicano como Francia ha habido manifestaciones multitudinarias contra la reciente ley que regulariza los matrimonios homosexuales. En muchos países europeos no se permite la adopción a las parejas homosexuales y en los que sí se permite, como en España, es rechazada por un alto porcentaje de las capas más conservadoras de la sociedad y de los políticos conservadores. Es difícil pensar que no haya motivaciones ideológico-religiosas en la normativa que quiere implantar el ministerio de sanidad sobre reproducción asistida, negando la financiación por la sanidad pública de la inseminación artificial a las parejas de lesbianas y a las mujeres solas. El Tribunal Superior de Justicia de Asturias, en una sentencia muy reciente, ha fallado a favor de una lesbiana, declarando contraria a la constitución la denegación de este servicio y obligando al Servicio Asturiano de Salud a abonarle los gastos, al menos una parte, en que incurrió al tener que acudir a un centro privado. Como es bastante probable que este tema acabe en el Tribunal Constitucional, tendremos ocasión de comprobar la tendencia de nuestro desprestigiado y por muchos considerado politizado, contaminado y sesgado, teórico máximo garante de nuestros derechos y libertades civiles.