Los resultados de las elecciones autonómicas catalanas han dejado, como suele ser habitual, toda una serie de temas y cuestiones que serán analizadas por periodistas, politólogos, sociólogos y los propios políticos y ya veremos qué consecuencias tienen para la formación de gobierno en Catalunya y para la gobernabilidad de España, pero hay un aspecto que considero de gran importancia y motivo de preocupación democrática.
La extrema derecha se ha afianzado y ha progresado en el Parlament. Vox, la ultraderecha española, ha mantenido sus once escaños y ha aumentado el número de votos, contradiciendo así a las encuestas preelectorales, que le vaticinaban un descenso de votos y diputados, discreto pero descenso y no se ha producido.
Por otro lado, la extrema derecha catalana independentista, que nunca había conseguido más que un número ínfimo de votos y jamás se había ni acercado a la posibilidad de conseguir representación parlamentaria, ha irrumpido en el Parlament con Aliança Catalana con dos diputados y una cantidad nada despreciable de sufragios recibidos.
Aliança Catalana, fundada y liderada por Sílvia Orriols alcaldesa de Ripoll, ha obtenido casi ciento veinte mil votos, el 9 % de los sufragios en Girona, donde ha sido cuarta fuerza, casi el 8 % en Lleida, quinta fuerza, consiguiendo un diputado en cada una de estas circunscripciones. En Barcelona ha estado a punto de superar la barrera del 3 % (2’88) y en Tarragona la ha superado, 3’5 %, aunque no ha conseguido representación. En el global de Catalunya ha conseguido el 3’79 % de los votos, una cifra nada despreciable.
Vox ha conseguido algo más de 247.000 votos, que sumados a los 118.000 de AC dan un total de 365.000 votos de extrema derecha en estas elecciones. Los partidos y políticos democráticos deberán meditar y analizar en profundidad las razones, y su responsabilidad, que han impulsado a tantos ciudadanos a votar por unas opciones con un ideario identitario, xenófobo, racista e intolerante.
Por supuesto, ambas formaciones son irreconciliables entre sí, ya que aunque les une la islamofobia, el rechazo a los inmigrantes y algunos postulados socioeconómicos, son antagónicos en su condición y objetivos identitarios. Vox son ultranacionalistas españoles y AC ultranacionalistas catalanes. Vox quiere acabar con las autonomías y volver a instaurar un estado centralizado, centralista y castellanizador; AC quiere la independencia, la secesión de Catalunya y la catalanización del nuevo estado.
En el contexto sociopolítico actual de Europa, con un incremento generalizado de la presencia de partidos de extrema derecha en parlamentos y gobiernos, regionales y estatales, era difícil que Catalunya quedase al margen del fenómeno; pero lo que es novedoso del caso catalán es que convivirán en el Parlament dos formaciones que, compartiendo la xenofobia, se la aplican recíprocamente. Vox pretende la españolización, léase castellanización, de Catalunya y aborrece de muerte a los independentistas, a quienes considera traidores a su concepto de España una (grande y libre). AC considera que los catalanes (étnicos) han pasado a ser una minoría nacional en su propia tierra y pretende la independencia y consiguiente expulsión de inmigrantes del territorio catalán, sobre todo los musulmanes, pero también de los iberoamericanos y de los procedentes de los territorios castellanos de España que no hayan demostrado una voluntad inequívoca de integración, algo similar a lo ocurrido con la población de origen ruso en Estonia y Letonia tras la independencia.
Así pues, ambas formaciones son cada una de ellas el principal enemigo de la otra, con objetivos antagónicos irreconciliables y sus enfrentamientos en las sesiones parlamentarias pueden llegar a ser un espectáculo, lamentable, pero en cierto modo interesante.
Otro partido ultranacionalista español, Ciudadanos, ha desaparecido del Parlament, con un ridículo resultado de unos 20.000 votos, no llegando ni al 1 %. Es una buena noticia que un grupo que nació del odio y de la voluntad de esparcirlo y emponzoñar la política catalana se haya esfumado en la bruma del olvido (de los votantes), aunque gran parte del mal que ha hecho permanece por desgracia.