Esta es una reflexión periodísticamente tardía, pero que por sí misma contiene un valor atemporal. Hace apenas un par de semanas nos enterábamos de que dos chimpancés habían muerto después de escapar del zoo en el que estaban encerrados en Mallorca. El primero fue abatido a tiros por la policía poco después de fugarse, y el otro apareció ahogado varios días después. En este, nuestro país, no es de extrañar que este tipo de noticias no trasciendan más allá del comentario jocoso-social de sobremesa - ¡pobres bichos! -, y más en época de elecciones. Y ya que sacamos el tema, no recuerdo haber visto ni una sola propuesta relativa a los derechos de los bichos estos en ningún programa electoral.
Esta noticia me hizo recordar algunos de los magníficos casos de violencia contra animales que han podido dar el paso a los titulares – amén de todos lo que se habrán quedado en anécdotas sin importancia – en nuestra isla. Perros ahorcados, maltratados y muertos a golpes. Recuerdo un caso en particular que destacaba por lo grotesco de su planteamiento: dos niños habían ahogado a un perro de raza pequeña en una playa. Está claro que los niños estaban solo jugando, pobrecillos. Lo mejor de todo es que el perro tenía dueño y se había perdido. Imagínense. ¡Pobres chiquillos! Qué susto se llevarían.
No sé si será verdad aquello de que se puede saber lo avanzada o civilizada que es una sociedad por la forma en que trata a sus animales, pero desde luego si sé que algo estaremos haciendo mal si noticias como la de la muerte de estos dos chimpancés no solo no nos indignan, sino que hasta nos hacen gracia. Y también sé que cuanto más conozco a ciertas personas, más me gustan mis perros