Examen

JAUME SANTACANA. Había pasado tanto tiempo desde mi último examen…Mi frágil memoria, ya ni alcanzaba.

La tarde anterior empecé a notar algunos síntomas de cierto nerviosismo: los clásicos movimientos peristálticos de mis intestinos iniciaban unos sonidos entre rugidos y truenos; la premonición de una tormenta, el aviso de un cataclismo.

Al anochecer, mi ritmo cardíaco esbozó un punto de taquicardia. Ante los presagios de una noche oscura y tenebrosa, me tomé un vaso de leche y, a continuación, una píldora somnífera.

Me debí quedar transpuesto…aun qué una hora más tarde, mi cuerpo despertó amarado de un sudor ácido y desagradable. El estado de humedad de mis miembros propulsó una especie de temblor; como de fiebre, sin aumentar la temperatura. Se acabó el descanso. Pupilas completamente dilatadas y reloj que no avanzaba. Manecilla inmóvil, como la famosa mujer del Rigoletto de Verdi, si se me permite la comparación…

Sonado el estridente timbre del malvado despertador, una ducha fría me hiela el corazón y alguna otra viscera. Durante la operación de secado, una avalancha de angustia se me instala entre la garganta y la nuca; justo en medio: cerca de la campanilla.

Diez minutos más tarde, al tiempo en que se me agarrota el cogote, una avidez de sed sofoca el interior de mi pescuezo: talmente, fuego en llamas.

Me dirijo, diligente, hacia el lugar donde se va a proceder el examen. Tengo la ligera impresión de que el sol mimetiza mi estado; nublado. Miro la calle pero no veo gente; ni vehículos, ni árboles, ni nada de nada. Desierto.

Entro. Un conserje recoge, solícito, mi papel de acceso. Silencio más que absoluto: solo, de vez en cuando, el sonido estridente de un claxon.

Me examino. Los instructores me ven y me preguntan si estoy nervioso: observan mis manos temblorosas. Afirmo, con la ingenua pretensión de causar una cierta sensación de pena y ganar simpatía.

Durante el examen no existo. Ni tan siquiera soy. Como que el alma y el cuerpo ya se han separado sin morir.

No pasa el tiempo, pero da igual; ¡no hay tiempo!

Final. Se me acerca uno de los controladores y me da una pegatina. Me dice: “!Hasta el año que viene, si Dios quiere!”

He aprobado. He pasado la ITV.

 

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