La Organización Mundial de la Salud ha declarado oficialmente a Europa libre de paludismo, lo que quiere decir que ya no se registran casos de transmisión local de la enfermedad y que, por tanto, todos los pacientes detectados constituyen casos importados de otras zonas donde el paludismo es endémico.
La declaración implica a un área que va mucho más allá de la Europa estricta, puesto que la geografía político-sanitaria de la OMS no coincide con la geografía física. La región europea de la OMS incluye, además del territorio que históricamente se considera Europa, toda Siberia, las repúblicas centroasiáticas de la antigua URSS, toda Turquía, Israel e incluso Groenlandia.
Europa ya había sido declarada libre de paludismo en 1975, (España en 1964), pero debido a diversos factores, entre ellos la desintegración de la Unión Soviética y las guerras en Afganistán y Oriente Medio, la enfermedad volvió a aparecer y transmitirse localmente, sobre todo en Asia Central, el Cáucaso y Rusia y también en Turquía y en Grecia, volviendo, por tanto, a lo consideramos propiamente territorio europeo. En 1995 se registraron unos noventa mil casos autóctonos.
En 2011 se registró en Grecia el peor brote en territorio europeo estricto, con 61 casos detectados en un zona del Peloponeso. En 2013 ya solo hubo 37 casos, en Tayikistán, Turquía y Grecia y en 2015 ya no se detectaron casos nuevos.
Esta segunda declaración de Europa como zona libre de paludismo es muy importante, puesto que es el primer territorio en conseguir la erradicación de la enfermedad, pero también es muy significativo el que sea la segunda vez que se consigue, lo que implica que mientras que no se logre la eliminación global, las zonas en las que ya se ha conseguido continúan en peligro de reintroducción desde las zonas endémicas y que deben mantener las medidas de vigilancia y seguimiento epidemiológico para evitarlo.
Es significativo que la reintroducción en Europa se produjo como consecuencia de las crisis sociales, políticas y económicas derivadas de las guerras y de la demolición de la Unión Soviética, con los consiguientes movimientos masivos de población, empobrecimiento, debilitamiento de los sistemas sanitarios y de todas las estructuras de la administración de los estados. Y la reaparición del paludismo no fue la única consecuencia sociosanitaria negativa del hundimiento de la URSS.
El desmantelamiento de la estructura sanitaria soviética llevó a la interrupción de muchos programas sanitarios, entre ellos las vacunaciones, y al retorno de epidemias por enfermedades prevenibles que prácticamente habían desaparecido, como la difteria, la tosferina o el sarampión. También la esperanza de vida se redujo en casi diez años. A día de hoy, la situación en Rusia ha mejorado, pero aun no ha vuelto a los niveles de 1989.
De hecho, a fin de establecer programas y mecanismos destinados a evitar que en el futuro pueda reasentarse el paludismo en una zona donde ya se haya erradicado, la OMS ha convocado para julio de este año una “reunión de alto nivel para la prevención de la reintroducción”, que tendrá lugar en Asjabad, la capital de Turkmenistán.
El anuncio de la erradicación, por segunda vez, del paludismo en Europa lo ha hecho la OMS justo en los días anteriores al Día Mundial del Paludismo de 2016, que se celebra todos los años el 25 de abril. El lema de este año es “Acabemos con el paludismo para siempre”, en sintonía con la “Estrategia técnica global para el paludismo 2016-2030” puesta en marcha por la organización, que aspira a reducir la incidencia y la mortalidad de la enfermedad en al menos un 90 % en el año 2030.
El objetivo es difícil, aunque posible. Según un informe conjunto de OMS/UNICEF, en 2015 hubo unos doscientos catorce millones de nuevos casos de paludismo y unas cuatrocientas treinta y ocho mil muertes, la gran mayoría en África. Desde el año 2000 la tasa de mortalidad se ha reducido en un 60 % y la de infecciones en un 37 %, lo que supone que se han salvado alrededor de seis millones de vidas.
Existe, sin embargo, un peligro que puede poner en riesgo la consecución del objetivo. La importante disminución de infecciones y muertes se debe, sobre todo, a la prevención usando mosquiteras rociadas de insecticida y a la aplicación de insecticida en el interior de las viviendas por una parte y al diagnóstico rápido y tratamiento precoz por otra. El desarrollo de una vacuna efectiva, a pesar de algunos avances esperanzadores, aun está lejos de llegar a ser un arma realmente eficaz en la prevención de la enfermedad.
El problema es que los mosquitos, en algunas zonas, se están haciendo resistentes a los insecticidas. Y el peligro más grave es que están apareciendo variantes del parásito resistentes. En Indochina, entre Camboya, Laos, Tailandia y Birmania han surgido y se están extendiendo parásitos con tolerancia o resistencia a la artemisina. Los parásitos de esa zona ya eran resistentes a mefloquina y el resto de fármacos antipalúdicos desde los años noventa y si ahora se hacen resistentes a la artemisina, que es la única alternativa hoy por hoy, el tratamiento se hace prácticamente imposible. Si se extiende desde las zonas selváticas remotas de esos países hacia las áreas densamente pobladas del extremo oriente y el subcontinente indio, la situación puede devenir catastrófica.
Se han detectado ya algunos casos en la India, así que es imperativo detener su diseminación y evitar como sea que llegue a África, que es el continente más afectado y con peores infraestructuras sanitarias. Como siempre suele suceder, los problemas de conflictos interétnicos, las guerras civiles más o menos larvadas, la incompetencia y corrupción de las administraciones y la debilidad de los sistemas sanitarios están favoreciendo la extensión de estos parásitos.
Hay que tener en cuenta que la reaparición del paludismo en una zona donde había desaparecido tiene consecuencias muy serias, puesto la población ha perdido la inmunidad adquirida que tenía cuando estaba en contacto permanente con el parásito y, por tanto, las nuevas infecciones provocan cuadros mucho más graves, especialmente en mujeres embarazadas, niños y ancianos. Si además el parásito es resistente a los medicamentos, el problema deviene desastroso.
Es, por tanto, fundamental que los gobiernos, la OMS y todas las organizaciones internacionales involucradas dediquen los mayores esfuerzos a evitar la diseminación de las formas resistentes, así como a la investigación y desarrollo de nuevos fármacos antipalúdicos y vacunas, tanto preventivas como terapéuticas. En caso contrario, podría suceder que no solo no se consiguieran los objetivos para el 2030, sino que retrocediéramos veinte o más años.