Los acontecimientos del pasado año, dominados por la Covid-19, han tenido dimensión global y afectado profundamente a la situación internacional, con repercusiones en todos los estados, que han empleado sus estructuras, capacidades y liderazgo nacional para hacer frente a la pandemia y a sus consecuencias.
España debería tomar nota de lo que le ha ocurrido, poniendo en evidencia lo que podría calificarse como anomalías estatales sistémicas que, yendo más allá de la gestión, ponen en peligro su pervivencia como entidad política. Como sería lógico en la situación que vive España, la primera acción a tomar implicaría un análisis de cómo ha funcionado el sistema nacional de gestión de crisis y demás estructuras de un Estado que se precie de serlo. Otro aspecto que hay que poner en evidencia es hasta qué punto el funcionamiento de la administración debe ser influido por la política sin afectar al ámbito técnico. Hay que tener en cuenta que el Estado, en su actual formulación orgánica, está concebido para asumir una interferencia política solo en los mas altos niveles y de forma ocasional.
El hecho palmario es que la pandemia ha puesto de manifiesto una evidencia: el Estado español no funciona. La gestión de una peligrosa situación de crisis desde una consideración puramente de oportunidad política, obviando la valoración de la situación de Seguridad Nacional, implica que afecta a la Nación como un todo, no a los territorios, es algo que ha brillado por su ausencia. No es de recibo que ante una situación de extrema gravedad se adopte la “cogobernanza” como modelo de gestión objetivamente innecesario. Sólo es concebible tal “originalidad” si se busca no “importunar” a los separatistas vascos y catalanes, a la vez que diluir responsabilidades con vistas a evitar desgaste electoral.
Ante cualquier alteración de la situación considerada normal, el Estado es incapaz de actuar con prontitud y orden. Si no era suficiente con la pandemia, la borrasca “Filomena” ha puesto en evidencia a otra cara de la Seguridad Nacional: la Protección Civil. No puede funcionar lo que no existe, algo como la capacidad de planificar la situación y el empleo de recursos en situaciones de catástrofe. Todo se canaliza para no herir sensibilidades separatistas, algo que parece más prioritario que la seguridad y la vida de las personas.
La falta de un proyecto nacional, se pone en evidencia en cualquier decisión gubernamental, cuyo requisito esencial es su oportunismo mediático. Así, en medio de las criticas fundadas de la incapacidad del Gobierno para desempeñar sus funciones, aprovechando el estado de alarma, se aprobará por las Cortes una ley de tintes totalitarios denominada “de Memoria Histórica” y contraria a lo que debe ser el bien general en aspectos como la igualdad de los españoles ante la ley, el desempleo, el déficit público, el impulso tecnológico, la seguridad y la creación de riqueza y su reparto equitativo.
El adanismo, la frivolidad, la manipulación y el engaño son características propias de los inquilinos de Moncloa, muestra de ello es la instrucción de Defensa para que se fomenten los valores constitucionales en las escuelas militares. La pregunta es: ¿a qué Constitución se refieren los militares cuando prometen o juran defenderla con la vida? Lo grotesco del espectáculo, no oculta la gratuita afrenta a la Institución Militar que, junto con los ataques a la Monarquía y al Poder Judicial, describen una situación muy delicada. No son precisamente los militares los que tienen que recibir constitucionalismo, ya que son servidores admirables dentro de la Administración General del Estado. En cambio, se recomienda clases intensivas para miembros del Consejo de Ministros y sus aliados políticos.
Normalmente, para tratar una patología hay que diagnosticarla mediante el estudio de datos y hechos. En el caso español concurren ciertos datos como la falta de cultura democrática, escasa responsabilidad personal, el partidismo y la corrupción estructural. Como sintomatología puede resaltarse una grave falta de sintonía con la realidad y ataques de infantilismo con manifestaciones como: la transferencia de la responsabilidad de sus acciones a otros, la demolición de las instituciones que lo rodean sin importar las consecuencias de sus acciones, necesidad de ser constantemente el centro de atención y dificultades para aprender de los errores. Ojalá se tratase de una broma pesada.
Fulgencio Coll Bucher