Ni cualquier tiempo pasado fue mejor, ni tampoco lo nuevo siempre es sinónimo de bueno. Estos axiomas no siempre son ciertos. Salvo en economía.
En economía, lo nuevo purga lo viejo y manda al olvido a empresas, líderes antaño, e incluso a sectores enteros, sin piedad. Si no, que se lo pregunten a Nokia que dominaba el mercado de los teléfonos móviles hace no muchos años y que, al no apostar por los smartphones, ha pasado a mejor vida. Lo mismo ocurrió con Kodak que tardó en aceptar la fotografía digital.
Y la culpa de que se imponga la nueva economía la tiene la tecnología. La tecnología hace inservible lo antiguo. Y cada vez se producen cambios con mayor velocidad. Algunas empresas sí aprovechan los cambios. Amazon empezó vendiendo libros por la web y se diversificó hasta vender prácticamente de todo. Hasta productos de supermercado que se entregan en casa en una hora. Para ello ha creado un sistema de logística innovador para el almacenaje y distribución de manera óptima. En sus inicios, Apple únicamente vendía ordenadores y se subió al carro de la venta de música por Internet y luego Smartphones, creando nuevos mercados y nuevas experiencias. Otro ejemplo es Google, que era un simple buscador de páginas web, surgido a raíz de una tesis doctoral de sus fundadores. Hoy es una empresa que ha creado un modelo de gestión basado en la gratuidad pero que, gracias a ello, hoy sabe más de nosotros que nadie y vende publicidad aprovechando esa información. Google (Alphabet), Apple y Amazon están entre las empresas de mayor valoración del mundo.
Pero la nueva economía se encuentra con la resistencia lógica de la vieja economía, que se niega a perder su cuota de mercado, acudiendo muchas veces a los tribunales para intentar ralentizar lo inevitable.
Esta semana hemos comprobado cómo un juez ha dado el espaldarazo casi definitivo a la economía colaborativa otorgando la razón a Blablacar frente a la demanda de la patronal de autobuses que acusaban a esta plataforma de competencia desleal.
Andrés Sánchez Magro es el nombre del juez cuya responsabilidad ha sido analizar a fondo, por primera vez en nuestro país, un conflicto planteado respecto a la economía colaborativa. Su pronunciación no ha dejado lugar a dudas, afirmando que la plataforma no se rige por la legislación del transporte. Es simplemente un punto de encuentro entre oferta y demanda. Economía colaborativa, 1- Vieja economía, 0.
Es curioso que Blablacar opera en 20 países y solo tiene problemas legales en España. Uber sí cosecha un número mayor de países en contra (Estados Unidos, España, China, Canadá, Brasil, Francia, Alemania, India y Japón, entre los principales).
El juez de Blablacar reconoce que, a pesar de que la legislación siempre va detrás de la realidad, es innegable que se está dando una realidad socioeconómica diferente y cambiante.
Días antes de la sentencia, el presidente de la patronal de autobuses señalaba que Blablacar está dirigido por piratas y les acusa de la caída de sus ventas. Por supuesto que recurrirán la sentencia.
Pertenecer a la vieja economía no es el problema. Lo que es un error es no aceptar los cambios del entorno y no adaptar tu negocio a los nuevos vientos. Como he señalado, unos se adaptan y aprovechan el cambio en beneficio propio y otros optan por morir con las botas puestas. Eso sí, haciendo mucho ruido.
Los taxistas españoles también están en guerra judicial con la plataforma Uber quienes, por cierto, acaban de lanzar una línea de reparto de comida a domicilio. Si pueden transportar personas, también pueden llevar comida, dicen. Los argumentos son idénticos que los de la patronal de autobuses contra Blablacar. A finales de verano se pronunciará el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Es la primera vez que la justicia europea aborda un tema relacionado con la economía colaborativa. Esta sentencia marcará un precedente para el conjunto de la Unión, ya que la jurisprudencia de ese tribunal es de obligado cumplimiento en todos los países miembros. Mientras tanto, en España ya se ha adoptado un posicionamiento jurídico. Y el juez que lo ha hecho se ha basado, entre otras cosas, en la “Agenda europea para la economía colaborativa” publicada por la Comisión Europea. Ningún juez querría pronunciarse en contra de lo que dicte el Tribunal Europeo unos meses después. Muy seguro debe de estar.
Esperemos a ver qué ocurre pero la economía colaborativa ya ha ganado. No parece que en Europa se llegue a tomar otro camino que no pase por la aceptación pero, si no fuera así, no me cabe duda de que la economía colaborativa se redefinirá y saldrá adelante.
Estoy convencido de que la economía colaborativa saldrá beneficiada tras la sentencia del tribunal europeo. Y me baso en varios indicadores: 1) Existe una demanda que la solicita cada vez con mayor fuerza. Blablacar ha alcanzado los 3 millones de usuarios en España y 35 millones allí donde opera.
De otra parte, el “unicornio” (o empresa tecnológica de reciente creación) con mayor valoración en la actualidad es Uber con un valor de 62.000 millones de dólares (ver mi artículo de hace dos días en la sección MD Business de este mismo diario). Esto me lleva a los dos siguientes puntos sobre los que me baso para augurar el éxito de la economía colaborativa: 2) La valoración tan elevada de Uber y la de Airb'n'b (25.500 millones de euros y tercer puesto en la lista de “unicornios”), como máximos exponentes de la economía colaborativa, demuestran que detrás hay potentes inversores que realizarán funciones de lobby y, 3) Inversores de ese tamaño realizan estudios de alto nivel, tanto económicos como de viabilidad. Si han apostado tanto dinero por estas empresas es porque anticipan el éxito y no la prohibición. A buen seguro que importantes bufetes de abogados les han dado luz verde a la inversión.
Pero la economía colaborativa es solo un paso más. La tecnología no para de evolucionar. Los pasos siguientes que van a afectar al sector de los transportes son: la popularización de los coches eléctricos y los vehículos sin conductor. Sin duda, cambios que merecen la reacción para redefinir modelos de negocio, más allá de la protesta. Renovarse o morir.