Es el patriarcado

La violencia, no obstante, según Johan Galtung, tiene diversos rostros: la violencia directa: donde hay un actor que comete el acto de violencia (agresiones físicas, violaciones y acoso sexual, las guerras; violencia estructural: ataca de forma más lenta y pausada, no hay un actor directo, puede ser manifiesta como desigualdad de oportunidades ante la vida (marginación, hambre, malnutrición...) ; violencia cultural: más sutil y difícil de percibir, basada en estereotipos e idealizaciones ideológicas, en ideas que construyen el sentido común del que es participe, de manera directa o indirecta, el global de la sociedad, de ahí su papel legitimador de las demás violencias. Mediante un modelo triangular, Galtung explica cómo todas estas violencias interaccionan y se retroalimentan entre sí. La violencia estructural y la violencia cultural, reproducen la violencia; se reproducen a sí mismas y constituyen la base de la violencia directa. Este modelo triangular de Galtung permite dilucidar las causas que mantienen en constante relación los tres tipos de violencia. Estos flujos circulan en todas las direcciones, ya que la violencia se origina en cualquiera de los vértices, siendo el más significativo el que parte de la violencia cultural pasando por la estructural y terminando en la directa. En el ámbito de la violencia de género, este modelo queda plenamente de manifiesto.

También hay otro tipo de violencia estrechamente vinculada a la violencia cultural: la violencia simbólica, que para ser comprendida eficazmente ha de ser analizada desde una perspectiva particular, en tanto y cuanto es una manifestación concreta, a través del poder de los símbolos sociales, de la violencia cultural. La violencia simbólica se puede definir como el poder para imponer la validez de significados mediante signos y símbolos de una manera tan efectiva que la gente se identifique con esos significados. De alguna manera, podríamos decir que es una manifestación directa de la violencia cultural, que sin llegar a ser violencia directa, opera en la práctica de una manera muy similar, en tanto y cuanto tiene una naturaleza agresiva muy marcada. La violencia simbólica es el acto agresivo-violento presente en los códigos simbólicos de la sociedad. No es tan sólo que legitime la violencia directa o estructural, sino que en sí mismo es un acto violento. Estos códigos simbólicos son impuestos por los sujetos dominantes a los sujetos dominados, sometiéndolos con ello a una determinada visión del mundo, de los roles sociales, de las categorías cognitivas y de las estructuras mentales que son intrínsecamente violentas.

Todos estos tipos de violencia siguen estando hoy presentes en la vida de las mujeres. En España también.

Hay muchas personas que criticamos y combatimos el patriarcado que padece la sociedad. Patriarcado íntimamente ligado al neoliberalismo rampante que asola con sus despropósitos económicos y sociales a grandes capas de ciudadanía acomplejada e inerte, ante el aplastamiento que padecen, sin saber muy bien como reaccionar. El miedo es el principal artífice de este alienamiento.

Empieza a ser diferente en España, de la mano de Podemos. Queremos y defendemos otro paradigma el de la Justicia Social, aproximarnos a ella. Mirar de cara, abrazar amablemente el proyecto de feminizar la sociedad. No son las cuotas de mujeres lo que defendemos, que también, defendemos valores de fraternidad, equidad y, amor, templanza.

Necesitamos un Podemos indomable, indomesticable; que su brújula apunte a la Justicia Social. Ese Podemos lo representa Pablo Iglesias y su equipo.

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