Érase una vez... (capítulo II)

Un País casi cuarentón, en el que sus gobernantes, se veían obligados de forma paulatina, a ir incrementando las medidas de seguridad y control policial por motivos muy diversos: a veces, los más justificados, debido al terrorismo global que asolaba el planeta. Otras veces, debido a la creciente corrupción política; otras por la apertura de nuevos procedimientos contra empresarios de los sectores más diversos, no sólo el de la construcción como antes, sino cualquiera, como el de la banca e, incluso, el de los tratamientos dentales.

La responsabilidad policial, en sus distintos niveles, iba aumentando de día en día, de la misma forma que se incrementaba y asentaba la actividad en los Juzgados. El PODER JUDICIAL se había convertido en el máximo garante, no ya sólo del cumplimiento de la LEY, sino de las condiciones en la que ésta era dictada, aplicada, cumplida en definitiva por los ciudadanos.

Ese País cuarentón no se daba cuenta de que un estado policial ofrece, en principio, una mayor seguridad, pero que, como contrapartida, si se extiende más allá de lo necesario, si se prorroga más allá de lo justificable, puede llegar a convertirse en un arma de doble filo que acaba partiendo en dos a los mismos ciudadanos a los que antes protegía.

En ese País todo el mundo se había convertido en tocable. Al desmoronarse sus máximos estandartes, y algunos de sus máximos representantes, se había perdido el miedo a equivocarse. Craso error cuando de lo que se trata es de llevar ante la justicia a presuntos culpablesy no a presuntos inocentes.

La mayor vigilancia policial se extendió a todos los ámbitos de la vida cotidiana. Nadie considero la posibilidad de que un Ingeniero de ese País, podía ser algún día un emigrante o asilado político en un País distinto, dónde no se le reconociera título alguno. Nadie considero que un ciudadano de ese País cuarentón, podría tener rasgos árabes y haber nacido en Cadaqués, y pese a ello, verse algún día insultado por la calle por algún radical, acusándole de mil nefastas barbaries. Nadie considero que ese radical de ese País cuarentón, que no quería refugiados, podía tener a su hijo en Alemania, trabajando como médico y siendo agredido por alemanes también radicales que no querían más inmigrantes en su País. Nadie considero que esa carga policial contra manifestantes, bien vista por muchos por ser necesaria para preservar la seguridad, podía acabar con la hija mayor de la Paqui, vecina del tercero de toda la vida, y gente de bien, en los calabozos de la policía.

En ese País cuarentón nadie considero la posibilidad de que un error, un único inocente muerto, detenido, condenado, insultado, vejado, retenido, humillado, uno sólo, era una vergüenza para el País, para quienes lo gobernaban y para todos sus ciudadanos. Nadie considero la posibilidad de que ese inocente podía ser, en cualquier momento, cualquiera de ellos.

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