Tras el enésimo proceso electoral de los últimos años, siguiendo el mismo procedimiento de los últimos siglos, surge de nuevo la pregunta ¿De verdad tenemos que seguir votando así?
La cantidad de papel derrochado que llega a casa a modo de propaganda electoral tiene de todo menos de sostenible, un calificativo con el que muchos se llenan la boca pero pocos ponen en práctica. Después de inundar nuestros buzones (¡eso es spam y no lo de nuestro correo electrónico!), toca desplazarse, normalmente en domingo (¡sí, en tiempo de ocio!) para ir a depositar el voto en las urnas con colas y calor. ¿Por qué hay tanta cutrez detrás de la belleza que reside en el ejercicio básico de la democracia?
Para más inri, durante el día de las elecciones, los miembros de las mesas electorales, apoderados y representantes de los partidos políticos pasan un domingo de su vida en un colegio electoral superando, con creces, las doce horas. Porque cuando usted y yo hemos votado toca esperar hasta el cierre del colegio y contar. Por un lado, los sobres, por otro las papeletas, por otro los apuntados en las actas. ¡Y qué cuadre, por favor! Añadan horas de policía y empleados de correos al coste de hora extra de fin de semana.
El domingo pasado, los recuentos se multiplicaron por cuatro. Uno por urna. Municipales, autonómicas, insulares y europeas. Casi nada. A una media de hora y pico por urna, se hizo la medianoche con facilidad en la mayoría de colegios electorales. Y al día siguiente, al trabajo.
Y para redondear la cutrez electoral, los días posteriores se han detectado errores que han requerido revisión y cambios en el sentido de cientos de votos. Errores humanos de transcripción de un papel a otro o del papel al sistema informático.
El camino a la Administración Electrónica no deja de posponerse. Aun existiendo una ley de 2015 que obliga a relacionarse electrónicamente con la Administración, no se consigue. Recientemente se ha vuelto a posponer hasta 2020.
Sostenibilidad y Administración Electrónica. Dos conceptos que se emplean con asiduidad pero que se alejan de nuestros actos.
La tecnología que permitiría la mejora existe desde hace diez años y su funcionamiento está contrastado. Se llama blockchain. Aporta seguridad y fiabilidad. Es transparente, ahorra en costes, permite votar desde casa por ordenador o teléfono inteligente, permite conocer en tiempo real los resultados, anula el riesgo de error humano, evita falsificaciones de voto, es inalterable y, por supuesto, sostenible.
El único aspecto que hay que corregir es que la blockchain hace que los movimientos validados sean públicos (privados pero no anónimos) y, justamente el voto es secreto. Una pequeña variante de esta tecnología que inventó Satoshi Nakamoto y que, por otro lado se hizo con código abierto (otro regalo de Satoshi), no debe presentar dificultad.
Estonia es un país pionero en la aplicación de blockchain. Desde 2005 votan de manera electrónica aunque en sus inicios no empleaban esta tecnología mostrada al público en 2009. En seguida la acogieron y hoy es imprescindible en ese país. Para ellos, lo de meter sobres en urnas y recontar durante todo un domingo es antediluviano.
España y Estonia. Tan cerca y tan lejos. Consecutivos en el listado alfabético de países europeos y en las antípodas tecnológicas.
En España existe la tecnología que Satoshi regaló al mundo. Falta la voluntad. Parece ser que Estonia se concienció en liderar el cambio hacia una nación totalmente digital en 2007 tras recibir un ataque tecnológico por parte de Rusia que dejó paralizado el país.
Espero que el acicate español hacia el cambio tecnológico venga después del ridículo que se acaba de hacer con los errores cometidos en las últimas elecciones en las que alcaldes, como el de Ibiza, han estado tan solo 60 horas en el cargo, tras detectar errores en el volcado de datos.