España vive sin vivir en sí, en una sucesiva apariencia de provisionalidad, a la que no ha puesto freno la forzada investidura de su último candidato ni los sucesivos intentos de frenar la degradación institucional.
Con los presupuestos generales, pendiendo como espada de Damocles sobre las Cortes, la estabilidad política se ha convertido en un peligroso envite donde todos juegan al amagar y no dar, como apuntando pero sin ánimo de apretar el gatillo. La región de Murcia se ha convertido en un paradigma ejemplar, como el campo de ‘paint ball’ donde los partidos miden sus fuerzas, mientras Rajoy tensa la cuerda porque sabe que del otro lado no hay interés en ir más allá de las apariencias. Su pareja de conveniencia gana tiempo, en la confianza de que el instructor deje de investigar a Pedro Antonio Sánchez o provoque una convocatoria electoral anticipada, bien para evitar la moción de censura o empleándola para que una nueva mayoría disuelva el Parlamento autonómico. Mientras Rivera dice lo mismo y lo contrario para que la alianza con el PP parezca coyuntural, pero sin abandonarse a la reedición de un pacto con los socialistas que necesitaría del concurso de Podemos para ser eficaz, en Moncloa cuentan los días que le separan del 3 de mayo. Una vez trascurrido un año desde la última aplicación de la facultad disolutoria, que compete constitucionalmente al Presidente del Gobierno, su titular aún será más autónomo durante unos meses, hasta que se rearme la oposición y recupere su autoestima, fortalecida para soportar el desgaste de trabajar en positivo.
Con el PSOE reconstruyéndose, a la espera de un Congreso que cauterice la hemorragia de las futuras primarias socialistas, los comunistas instalados en la contestación callejera y Ciudadanos en proceso de construcción de un proyecto político alternativo, ni las alianzas circunstanciales para la limitación de mandatos, la eliminación de aforados o la aprobación de una Comisión de Investigación para desvelar la financiación de los Populares, pondrán en riesgo la viabilidad del Ejecutivo. Sobre todo, porque nadie quiere poner en peligro su estatus actual, dado que ni las encuestas ni el sentido común permiten adivinar quién podría obtener algún beneficio de una nueva convocatoria electoral. Que nadie se ponga nerviosos, ni vea campañas electorales a corto plazo, salvo en Cataluña, donde unos comicios disfrazados de referéndum podrían evitar el choque de trenes con el resto del Estado, defendido por un partido que se desangra en el Principado al tiempo que se reanima en el resto, pero que está dispuesto a todo para evitar el éxito del secesionismo.
Viejas formaciones y aquellas que se autodefinen como de nuevo cuño siguen incinerando su patrimonio en una hoguera de vanidades, que no tiene el espíritu regenerador que se presume para los idus de marzo, precediendo el equinoccio primaveral. Viendo cómo se deteriora la calidad democrática de nuestros vecinos y la confianza en el porvenir de nuestros paisanos, cuesta trabajo adivinar el derrotero al que nos abocará el egocentrismo y la picaresca con los que desempeñan su labor nuestros representantes públicos, que nos siguen ocultando sus cartas como verdaderos tahúres del lejano Mississippi.